¿Qué se esconde detrás de la gran carpa antes y después de cada función?
Más que un espectáculo, la cotidianidad
de un cirquero encierra un sinfín de anécdotas que no sólo se resume en los
pocos minutos que dura su número en la pista, sino en su peculiar modo de vida
que trae consigo el arte de entretener
Ada Victoria Serrano
¡Vamos al circo! Es lo que repiten los niños cuando observan que una
gran carpa ha llegado a su ciudad. Los padres al ver la novedad deciden llevarlos,
comprar los boletos y el respectivo kit de globos, algodón de azúcar, cotufas y
refrescos, para así poder disfrutar del espectáculo. En dos horas colmadas de
diversión regresan a sus hogares, pues para ellos terminó la función. Sin
embargo, para el cirquero nunca culmina, ya que al amanecer debe laborar
durante el día para dar nuevamente la bienvenida al caer el sol.
Un vasto trabajo de montaje,
ensayos, golpes y maquillaje es lo que a diario define el vaivén de los
payasos, trapecistas, domadores, equilibristas, lanzadores de cuchillos y hasta
contorsionistas quienes dan vida a la magia del circo.
Cuando se trazan un objetivo en el
mapa y llegan por primera vez a una ciudad, los cirqueros inicialmente tienen
la responsabilidad de acondicionar el terreno seleccionado para poder extender
su tan preciada carpa, pues no todo el trabajo es artístico. Para ello,
instalan las torres y las columnas y después estiran el entoldado.
Sillas, cajones, alfombras y toda la
parafernalia característica son colocados para terminar de darle forma al show
que está por comenzar.
¡Y amaneció!
Al día siguiente cuando el reloj
marca las seis de la mañana muchos se levantan con el canto del gallo para
aprovechar el tiempo y la pista, pues hay que estar en forma para no arruinar
el espectáculo que está por presentarse.
La
primera en lista es Gabriela Hernández, encargada del adiestramiento de los
perros y el número de las argollas en las alturas.
Esta
ecuatoriana de esbelta figura es descendiente de cirqueros y desde los doce
años ha estado ensayando.
Gabriela
inicia su jornada a las seis entrenando con los canes y a las siete con las
argollas -número que desafía las alturas y el control corporal-. Le agrada
escuchar los aplausos, no obstante, confiesa que lo más difícil de su trabajo
es estar arriba y depender de un winche.
Mientras
que Gabriela realiza sus prácticas, los obreros del circo limpian las
instalaciones y otros se están a penas arreglando para su turno en la pista.
Cuando
Hernández termina se dirige hacia su casa rodante a realizar labores diarias y
a compartir con su familia, pues ellos también están integrados a este mundo.
Por
su parte, otro que madruga es Ovel Hernández, mejor conocido como el payaso
Coco. Al despertarse realiza las compras de frutas y verduras, pues además de
hacer reír, tiene la responsabilidad de alimentar a los animales.
Ovel
siempre busca complacer a sus consentidos, por ello generalmente les compra
lechoza, cambur, patilla, melón, tomate y lechuga. “Comen de todo, además se les
da pasto las 24 horas del día y en la noche alimento de galope”, asegura
Hernández en cuanto a la dieta balanceada de los tres elefantes -dos africanos
y un hindú- y la burrita Blancanieves del Circo de México.
El traslado de estas criaturas no es
sencillo, por ello cuando la “gran carpa” llega a una locación, el movimiento
que se realiza comprende la puesta en marcha de diez gandolas, casas rodantes,
trailers y hasta remolques.
Así va transcurriendo la mañana. El
siguiente es Juan Carlos Perea quien es motociclista y malabarista. Este
tachirense representa la cuarta generación de su familia que hace vida en este
lugar y ha ensayado desde los siete años los malabares con pelotitas, clavas y
aros.
Perea
comenta que detrás de su espectáculo debe haber mucha precisión y que cuando
ésta falla se dan los accidentes, pues es complicado aprender el acto del Globo
de la muerte.
Al
recordar su peor experiencia, describe con emoción la vez que cayó de la moto
dentro de la estructura circular trabajando en plena función en Valencia. Ésta
le golpeó la espalda y le partió la clavícula izquierda. Además ha tenido
pormenores que le han causado fracturas en la muñeca, costilla y hasta en un
dedo, sin embargo, sigue montado en su caballo de acero, pues dice que entre más se cae, acrecenta su
gusto.
Su
secreto, según cuenta, es no tener miedo, no ser confiado con el aparato y
sentir afinidad por la adrenalina y el
vértigo.
La
exhibición del Globo de la muerte dura alrededor de siete minutos y la
vestimenta que necesita es similar al kit que usan las personas que practican
motocross: unas pecheras de acrílico, coderas, rodilleras, guantes y casco.
“Esto da mucha protección y seguridad al que se monta, pues evita el lastimarse
de gravedad al darse algún accidente”.
A
diferencia de Gabriela, Juan Carlos al llegar a una ciudad lo primero que hace
es buscar una pieza o un hotel, porque no vive en un remolque.
Una
vez que está instalada la carpa, Perea se dispone a armar su globo metálico.
“Es como un rompecabezas, pues todas las piezas están marcadas con un número y
se deben encajar con puros tornillos”, comenta. Y luego enciende su
motocicleta DT 175 -aunque preferiría
trabajar con una que tuviese mayor fuerza y agarre- para introducirse en el
globo a dar vueltas y vueltas a grandes velocidades.
Del timbo al tambo
¿Gitanos?
No, simplemente artistas que se suman a la aventura de conocer culturas,
lugares y regalar sonrisas a quienes osan disfrutar de un show circense.
Como
en todo trabajo, el ser cirquero implica sus sacrificios, siendo el más
contudente el no poder contar con un hogar -fijo- y la familia a la vuelta de
la esquina, ya que estos se encuentran a cientos de kilómetros o en el circo de
la competencia. Aunque parezca curioso, la mayoría de estos personajes se han
criado en este mundo desde muy pequeños y son descendientes de figuras que
viven en la pista.
Ejemplo
de ello es Ovel, quien tiene a su mamá y hermana en el circo de Los Valentinos
y recibe visita de ellas tan sólo una vez al mes; sin embargo, no cambiaría su
estilo de vida por nada del mundo. “El circo lo es todo para mí, aquí crecí y
quizás aquí moriré. Me encanta el poder recorrer muchos países y llevar alegría
a cada rincón”, relata.
Además
de crecer, es un mundo de aprendizaje, desafíos y de subir escalafones.
Hernández, cuenta que comenzó cuando
tenía cinco años, entrenando acrobacia, luego incursionó en un acto denominado El
trampolín -cama elástica en la cual se realizan piruetas-, para finalmente
trabajar como trapecista y equilibrista. Pero lo que realmente lo cautivó fue
la posibilidad de ser payaso.
“Lo
de Coco salió de un momento a otro, pues me vieron y dijeron que tenía
cualidades para este personaje. Al principio me costó, pero ya tengo ocho años siendo payaso”.
Se
estrenó en el circo de su familia El rey all star en Colombia y después
de haber paseado su talento en varias carpas, hoy en día goza la dicha de conocer casi todo Centro y Sur América y la
mayor parte de las Islas del Caribe.
En la cuerda floja
Mientras en el piso prosiguen los
ensayos, al alzar la mirada Jhon Ramírez, sujeta un balancín e inicia una
rutina de equilibrio. Su papel en la función es de alambrista.
“Yo soy como un acróbata o
equilibrista y me inicié a los 12 años gracias a mis tíos. Cuando uno comienza a ensayar lo hace desde
un alambre a poca distancia, luego se va aumentando hasta que está a una altura
de siete a nueve metros sin protección”, comenta Ramírez.
De
un lado a otro y con unas botas de suela lisa camina Jhon por este
alambre, no le da nervios, sino más bien
emoción durante esos veinte minutos en los que también salta, baila, corre y
hasta maneja bicicleta.
Risas, chistes y disfrutando de las prácticas
estos chicos comparten su mañana para hacerla más agradable, sin embargo hay
otros que tratan de concentrarse como Javier Jhon Villegas quien se hace llamar
como El hombre pájaro.
“Es
un acto acrobático aéreo que necesita un buen estado físico, tiene un poco de
danza contemporánea y gimnasia olímpica.
Es un número que no tiene red de protección”, relata Villegas.
Disciplina,
ejercicio, comer y dormir bien, son algunas de
las condiciones que debe tener Javier para poder llevar a cabo su
presentación.
“Se
deben hacer muchas abdominales, barras y saltos porque se necesita elasticidad
y dominio del cuerpo. Profesionalmente tengo alrededor de siete años haciendo
esto, pero fue a los tres años que comencé como payaso, ya que mi padre era uno
de los más famosos en Colombia. Así fui
aprendiendo, ensayaba en las noches, estudiaba en las mañanas y los fines de
semana trabajaba”, agregó Javier.
Su
talento lo llevó también a ser malabarista y contorsionista, teniendo la
oportunidad de trabajar en los circos Fuentes Gasca, Hnos. Suaréz y
Rock Hermanos. Al terminar sus estudios a los 15 años lo contrataron en
Brasil para realizar una gira por Latinoamérica.
Hoy en día Villegas
afirma que lo más difícil de ser cirquero en el aspecto personal es no tener a
su familia cerca –la suya está en Cali y pasa tres o cuatro años sin verlos- y
en lo artístico, cuando falla.
Al convertirse en El
hombre pájaro deja su vida a la medida de un winche, dos poleas, una guaya,
los grilletes y unas telas llamadas Jersey. El único accidente que ha tenido
fue haciendo un giro, el cual lo llevó a la lona a 13 metros de altura en plena
función por causa de una polea que se
desenganchó.
Este desafiante
chico de rulos relata con su acento que delata su nacionalidad colombiana que
también realiza un acto de fuerza dental y mandibular, éste lo ejecuta llegando
a las alturas mordiendo un aparato, el
cual le sirve de soporte para poder llevar a cabo distintas figuras en el aire.
“Lo lindo de todo
es que hago mi trabajo para la gente que lo necesita, entre mil o cien personas
le puedes llamar la atención a una, y a ése lo logras sacar de su rutina y le
haces pasar un rato agradable”.
Fuera de la pista
En la tarde la mayoría de los
cirqueros se van a visitar los centros comerciales o los sitios claves de la ciudad donde se
encuentra.
Ovel comenta que al principio los
artistas no traen a sus familias y por ello hacen muchos amigos, no obstante,
luego que se han adaptado a la vida del circo traen a sus parientes para que
les hagan compañía.
“Hay
algunos compañeros que están casados con venezolanas y de vez en cuando viene
la familia a visitarlos y se van a gusto. Inclusive cuando un compañero cumple
años se le hace un asado, reunión o fiesta; nos podemos ir a jugar fútbol; nos turnamos las vacaciones, porque el circo nunca detiene sus actividades”.
Ecuatorianos,
chilenos, uruguayos, argentinos, colombianos y venezolanos, toda una mezcla de
nacionalidades se puede encontrar en la “gran carpa” que con dedicación hace
que esta atracción se le pueda llamar circo.
“Lo
que nunca debería faltar en la pista son
los animales, el acto de la moto, los trapecista y los payasos. Yo creo que
estos últimos le dan el toque de magia a los circos, porque los niños siempre
están con la idea de las torpezas de este personaje y es esencial”, afirma el
payaso Coco. Además agrega que las condiciones que debe reunir este
personaje son: ser cómico, alegre y liviano -caerle bien al público-.
Dos horas antes del
espectáculo ya todos están vistiéndose y maquillando sus rostros, para así
encarnar al personaje que les corresponde.
A
las seis de la tarde el presentador toma el micrófono y muestra cada estampa al
público en su respectivo momento. Estos al escuchar el mejor de los aplausos
marcan el final del show, esperando desde ya la próxima función.
Un acto en números
Alrededor
de 50 personas trabajan en el Circo de México. Una
parte de ellos pertenecen al personal obrero y administrativo, y otra está
formada por los artistas y los pequeños que se están iniciando. El circo tiene
una capacidad de 2.150 espectadores, quienes deben cancelar alrededor
de 20 mil bolívares si es adulto o 10 mil si es niño
para disfrutar del show, sin embargo, el
costo varía dependiendo de la ciudad a la que se llega.
Si la taquilla es buena la estadía
de un circo puede aumentar. En las regiones principales pueden permanecer
alrededor de los 2 meses y hasta 3. En ciudades como Puerto Ordaz pueden establecerse 1 mes y medio, Ciudad Bolívar llegar hasta las 3 semanas y Upata hospedarse sólo
10 días. El circo labora los
365 días del año, pues
se debe tomar en cuenta la fase de desarme, mudanza y organización en otra
ciudad.
Cirquero guayanés
Luis
Alberto Manzanilla es un joven guayanés que hace cinco años se unió a la aventura de
pertenecer a la “gran carpa”. Actualmente viaja con sus compañeros del Circo
de México y presenta su número de elasticidad corporal junto a su hermano.
Viene
de familia de cirqueros -como asegura- sin embargo, fue gracias a un vídeo que
tomó con seriedad esta actividad, pues
le agradó la idea de poder lograr figuras con su cuerpo.
El
entrenamiento lo considera como agotador y minucioso, pues al año de práctica
consiguió a penas el equilibrio para sostener a su hermano. Su rutina comienza
en la mañana con flexiones y abdominales y confiesa que no deja ni un día de
ensayar porque según su parecer el cuerpo se desgasta fácilmente.
Actualmente
vive en un motorjón y viaja con todos sus compañeros por varias ciudades, pero
de aquí a diez años espera no continuar con este modo de vida, pues aspira
estudiar.
“Esto
es muy divertido y alegre, uno aprende a
vivir de una forma diferente”, concluyó.
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