Este cuarteto no se añeja en los años, sin embargo detrás de su
estructura vocal tan peculiar, del cuatro y el tambor hay relatos que llegan como música a los oídos de quienes
crecieron cantando “El sapo” o “La pulga y el piojo”; cuentos que son pinceladas de recuerdos en la
vida de un músico
Ada Victoria
Serrano
Fotografía: Luis Castillo
De tonalidades distintas pero bajo
una misma esencia: César e Iván Pérez Rossi, Mauricio Castro y Miguel Ángel
Bosch, recitan al mejor estilo tradicional venezolano esos episodios que
marcaron el antes y el ahora de una serenata, instantes que se han convertido
en su día a día.
Recitar, componer y vivir bajo la
filosofía que ha impuesto esta agrupación es una canción que retumba nota a
nota con las personalidades -tan desiguales- que han encajado perfectamente en
el mosaico musical del venezolano.
Hoy día reconocidos como “Patrimonio
Cultural de Venezuela” y con treinta y cinco años dando voz al legado guayanés,
este cuarteto de veteranos músicos narran sus experiencias más significativas
dentro del fascinante mundo que lleva por nombre “Serenata Guayanesa”.
El tambor Rossi
Desde los seis años cantaba y ahora
lo que hace es componer. César Pérez Rossi o “amarillo” como era conocido en su
juventud por su cabello claro formó parte del orfeón de Ciudad Bolívar y del
Liceo Peñalver y en sus años de mozo comenta que se destacó como un gran
serenatero.
Este guayanés de ojos achinados y
frente amplia aprendió a tocar el cuatro de una forma autodidacta, pues con
sutil agrado recuerda que se la pasaba en la esquina de su casa “tocando y tocando”.
Se fue a estudiar a Mérida y allá
conoció la gran variedad de música tradicional venezolana, ésa que tiene
diferentes matices de acuerdo a las regiones. Daba serenatas casi todas las
noches, a pie y con su cuatro en mano.
Sus inicios se remontan desde esa
época que en compañía de su hermano Iván formaron parte del orfeón del Liceo
Libertador. Sin embargo, en su llegada a “la ciudad de los caballeros”, integró
un grupo musical llamado“Canaima” en la facultad de Odontología de la
Uiversidad de Los Ándes.
Entre esas anécdotas gratificantes
relata que había una residencia tereseana donde vivían más de cuarenta mujeres
y allí iba a cantarles; estas vivencias
aún las conserva.
Él vivió la época de “Contrapunto”,
una de las agrupaciones folclóricas más importante de la música tradicional
venezolana -según su criterio-. “Hay que hablar antes y después de
Contrapunto, pues dejó en la agrupación
una huella muy marcada”, comenta César como fanático del grupo.
Llegando al tema de su inicios en el
conjunto, el serenatero del tamborcito, señaló que nació como una inquietud, ya
que se desconocía la música de Guayana.
Durante el primer período de Rafael
Caldera hablaron con el gobernador -que en ese entonces era Manuel Garrido
Méndoza- para hacer el primer disco institucional que se llamaría Serenata
Guayanesa.
En esta producción habían seis temas
cantados por ellos y como no tenían un repertorio muy extenso decidieron
incluir seis canciones instrumentales del grupo que dirigía el papá de Hernán
Gamboa -su antiguo compañero-.
Nunca pensó que después de treinta y
cinco años Serenata Guayanesa se mantendría en el cariño de los niños y la
familia venezolana con trabajos como éste.
César afirma haberse criado con
aguinaldos como “Casta Paloma” y hoy día conserva más
que éso de la tradición guayanesa, pues en cuanto a la gastronomía
popular le gusta el “aguaito guayanés”, que según sus compañeros lo prepara
excelente. En su lista de preferencias pescados como el Boca Chico, la
Curvinata y el Lau Lau ocupan los primeros lugares, así como también bellezas
como El Salto Ángel, en la cual tuvo la oportunidad de grabar dos programas de
televisión.
El éxito que les trajo la primera
producción los instó a grabar el segundo trabajo, en el cual se incluyó el
calipso de El Callao, género que no se conocía en ese momento. Y con la tercera
producción se dio cabida al golpe y estribillo, para así llegar a concretar su
misión más importante enfocada hacia los niños.
Entre las fortalezas que han hecho
que permanezca en el tiempo el favoritismo por el grupo en varias generaciones,
César lo atribuye a la persistencia de sus trabajos y el delicado mensaje
dirigido a los niños.
Hoy espera estar hasta que el cuerpo
aguante, pues ha sabido conocer a la gente y apreciar lo que siente el
venezolano por la música, por ello transmite sus conocimiento a través de
programas radiales que conduce como “Serenata en Éxitos” y “Serenateando en
Onda”.
Se siente orgulloso y afirma que
puede morir tranquilo, primero como profesional, como padre y como miembro de
Serenata Guayanesa.
¿Tradicionales?, vaya que sí.
Actualmente conservan el mismo estilo contrapuntístico con voces oscuras. Al
principio, en los dos primeros discos, no contaban con bajos, eran sólo dos
cuatro y voces, ni siquiera él “le metía al tambor”. “Yo me inicié con este
instrumento cuando comenzó el calipso, ha sido una pelea y nos sentamos en un
mitin de trabajo cuando se plantea cambiar el sonido, porque la gente nos
quiere así, ¿para qué cambiar?, ¿enredarnos la vida?, no”, agregó.
Con cinco hijos, seis nietos y
cuarenta y dos años de casado, César Pérez Rossi acuña la importancia del río que se refleja en la inspiración de
los poetas. Su esposa ha soportado su ajetreada vida de serenatero y aunque
siempre le dice que se casó con un odontólogo, no con un músico, ha sabido
sobre llevarlo y formar parte de esta gran familia.
Una
pluma de tradición
“Yo
no soy músico para empezar, yo apenas medio canto”, afirma Iván Pérez Rossi en
cuanto a su participación en Serenata Guayanesa.
El
serenatero más alto y delgado del grupo, el que todos reconocen por su barba
comenta que le gustó el canto desde que estaba en la escuela, de hecho se destacó
como solista en los actos culturales.
Recuerda
haber interpretado temas en el Liceo Peñalver a capela porque no había quien lo
acompañara. El primer cuatro que vio fue comenzando el bachillerato, pues él no
era músico, sólo aficionado. Dice que proviene de esa generación espontánea,
pues en su casa nadie pertenecía al mundo artístico.
Iván
escuchaba a sus hermanos y los temas que se escuchaban en la radio de Pedro
Infante y Jorge Negrette. Decían que tenía buena voz y utilizando este
potencial fundó un grupo que se hizo relativamente popular llamado “Los
Gaiteros de la Plaza Miranda”. La primera vez que se presentaron fue en
diciembre del año sesenta y dos; esa misma noche conocieron a Hernán Gamboa, y
se hicieron amigos.
Al
año siguiente los cuatro solistas de aquel grupo, fueron los fundadores de
“Serenata Guayanesa”.
Iván
descubrió a los ocho años lo que era el canto improvisado, ése en el que
dedicaban los versos a los que estaban presentes. De pequeño recuerda que las
parrandas navideñas llegaban hasta su casa porque su papá era el director del
único liceo que había en Ciudad Bolívar.
Él
se unía a las fiestas decembrinas y a las diversiones de carnaval, pues en esa
época, los que se contagiaban con esta alegría llegaban a los hogares buscando
una botella de ron, y en lo que se iban él se tenía que aguantar la “paliza” de
la noche porque simplemente le gustaba.
Con
tres hijos y siete nietos, Iván actualmente dedica su tiempo por completo al
grupo. Al describir un día de su vida, señala que es “fastidiosísimo”, porque a
veces no sale de su casa y se queda componiendo una canción.
Dejó
de ser ingeniero hace muchos años, aunque conserve su título, no obstante cree
que perdió mucho tiempo con esta carrera, ya que fue más que todo un problema
de estatus. Esto no le preocupa en absoluto, pues él vive exclusivamente de la
agrupación, además de hacer libros para niños.
Si de
satisfacciones se refiere, Iván comenta que no tiene muchas, porque ha asumido
la música como un trabajo. Él se siente muy tranquilo y contento cuando la
gente lo aplaude y reconoce su labor, pero no lo llena del todo.
Este
serenatero dice que si tuviese la oportunidad de viajar en el tiempo para
maquillar algunos detalles con lo cuales no haya quedado conforme, no cambiaría
nada, pues argumenta que se han ido quemando etapas. No se arrepiente de lo que
ha hecho con la música, pero si piensa que ha debido ser un poco más exigente.
En sus
composiciones Iván trata de rememorar algunos de los episodios de su infancia,
es más, trata de rememorarla como es el caso de la canción “El papagayo” que es
producto de sus vivencias como vendedor de estos. A veces hace canciones para
Guayana que ni los guayaneses comprenden, pero que él sí entiende.
Afirma que lo mejor
que hay en Ciudad Bolívar, musicalmente hablando, es el aguinaldo guayanés,
“son especímenes nunca vistos en Venezuela”, con letras exquisitas y
excesivamente románticas.
En ocasiones
recuerda las maravillas de Rosa Marcano, por esta razón se esfuerza tratando de
hacer versos sin verbos como es el caso de “Bolívar todo tropical”, recitando
su coro así: “Bolívar todo tropical, Bolívar tierra de la amistad, Bolívar la
historia, Bolívar tradicional, Bolívar selva y turismo, Bolívar la libertad”.
A Iván no le gusta
recomendar nada, no obstante si de gastronomía se trata, recuerda que en su casa comía mucho mondongo,
al igual que el sancocho de morocoto, la curvinata guisada y el pelao guayanés.
De igual forma, comentó que quisiera ir a cada rato al Salto Ángel, Canaima o
La Gran Sabana.
Le gusta visitar el
Casco Histórico de Ciudad Bolívar y
deleitar su vista con el atardecer en la casa de tejas, pues considera que es
la puesta de sol más bella de toda la tierra.
Este
admirador de la música de Alejandro Vargas define su serenata como “una cuestión
sumamente importante, una forma de vida que la lleva en el sentimiento”.
También la califica como un
matrimonio bien avenido, pues se ha casado tres veces y hoy día afirma estarlo
sólo con su “Serenata Guayanesa”.
El
caraqueño adoptado
Lo
más apasionante para Miguel Ángel Bosch es darle una serenata a un ser querido,
lo que él no sabía es que precisamente esa ronda de canciones iba a durar tanto
tiempo.
Comenzó
muy pequeño en el mundo musical, aproximadamente a los seis años, y hoy día
esta afición se ha transformado en toda una filosofía y un estilo de vida.
Se
siente como el nuevo de “Serenata Guayanesa” con sólo veintitrés años en el
grupo y considera que sus vivencias son
diferentes, ya que su ingreso en el grupo fue en el año ochenta y cuatro,
cuando Hernán Gamboa dejó la agrupación.
Este tenor y primer cuatro, de
bigotes y ante ojos comenta que cuando sale “Serenata Guayanesa” al ruedo
musical fue una sorpresa porque era un cuarteto local integrado únicamente por
varones.
La
estructura vocal de esta agrupación era llamativa y poco usual, además era muy
fresca y la manera de tocar el cuatro era totalmente novedosa, comentó.
Tomando
esa escuela, Miguel Ángel se aprendió los arreglos y al llegar al grupo no
tenía mucha dificultad, pues estaba desde el año setenta y dos estudiándoselos.
En pocas palabras, él ya tenía el repertorio montado, se sabía de memoria los
acordes en cuatro y todas las voces.
Bajo ese criterio
comenzó a trabajar en abril del ochenta y cuatro y rememorando esas anécdotas
dijo: “con toda franqueza era un reto muy grande, pues Serenata Guayanesa tenía
y sigue teniendo un nombre inmenso. Era un compromiso personal. Tengo que
agradecer el apoyo que tuvieron en enseñarme, lo que sé de contrapunto se lo
debo a mi profesor Gilberto Medina, pero lo que sé de estructura y canto en
tarima se lo debo a Serenata”.
No es casualidad,
sino causalidad su llegada este cuarteto, pues aunque morirá siendo médico y
pediatra, estrechó su vínculo a los más pequeños como músico. Entró al grupo
justo cuando se grabó el primer disco de los niños y las circunstancias se
fueron acomodando, creando una conjunción de elementos en su vida que hicieron
que estuviese donde está ahora.
Se siente guayanés
y dice con firmeza que nació en Caracas en el cincuenta y tres y en Ciudad
Bolívar en el año ochenta y cinco, por esta razón se declara un ilustre de
estas tierras.
A Miguel Ángel le
encanta la música de Guayana, géneros en especial como el aguinaldo que tiene
una lírica muy rica, no sólo por la estructurada de la letra, sino la línea
melódica de los temas.
Le gusta la furia,
lo telúrico de la montaña, el tepuy y el Orinoco que se desborda en el calipso
en todas sus expresiones y deja en evidencia cierta preferencia por el tumbao
de este género que se escuchaba en años anteriores.
Afirma que en Guayana hay compositores
extraordinarios como Antonio Lauro quien considera uno de los mejores del siglo
pasado y maestro de todos los guitarristas. “Por él se tiene que estudiar la
guitarra en el mundo, pues sus valses son materia obligada. Es un lujo tenerlo
en la región”.
Hoy en día tiene
veinticinco años de casado y aunque no tiene hijos, considera como suyos los de
sus amigos. En cuanto a su matrimonio dice que no hay mucha gente que se
acostumbra, ya que ninguna dama se puede habituar a la ausencia permanente de
un caballero a la casa, sin embargo él lo escogió y su esposa lo conoció
cantando.
Se confiesa
dulcero, pues desde que Mauricio le llevó una vez un mazapán de merey, este
sabor marcó un antes y un después en su vida.
No le resta mérito
a la Curvinata, al Lau lau ahumado y al pelao. En su vida había comido el roti
porque su círculo de acción estaba entre el hospital, la universidad y la casa,
y con “Serenata Guayanesa” aprendió a
degustar la región.
Este caraqueño de
padres andinos dice que no comía casabe pues se le asemejaba a la sensación del
hielo en la boca, en su lugar la yuca y
el plátano eran las opciones predilectas. Sin embargo, descubrió que no sólo tiene
un gran sabor, sino una gran cantidad de propiedades nutritivas. Asimismo,
califica una visita al Roraima o a la Gran Sabana como una
experiencia incomparable
Este serenatero
define a la agrupación como una manera de ver la vida totalmente diferente, una
filosofía y más que una familia, porque sus integrantes dejaron de pertenecerse
para entregarse a la gente. “Es un
estilo, una forma de comportarse, una manera de actuar, una manera de
dirigirse, un compromiso con el país y con nosotros mismos”, concluyó.
Una voz prodigiosa
Para Mauricio Castro el estar
enamorado o celebrar un cumpleaños era la excusa perfecta para salir en su
época de estudiante a dar serenatas.
El contra tenor de “Serenata
Guayanesa” confiesa que no siempre sus canciones fueron bien recibidas, pues
las reacciones eran distintas.“Nosotros pusimos un candado en esa puerta para
que nadie pasara, decían muchos padres”, comentó. Sin embargo, Mauricio salía y
tocaba en la calle del frente para que la persona en cuestión la escuchara.
Recuerda que en ocasiones iba
aventurar a casa de un familiar quien tenía un cultivo de orquídeas, burlando a
unos perros rabiosos. Él junto a sus amigos se montaban en una mata y robaban algunas para llevarlas -con serenata
incluida- a sus novias. Ése era el estilo de los años sesenta cuando a penas él
tenía veinte años.
En diciembre se reunía para tocar y
cantar aguinaldos con los hermanos Rossi, hasta llegar a formar “Serenata
Guayanesa”. En cuanto a sus comienzos, señaló que en el año setenta y uno
fueron invitados a un programa que se hacía en la Cadena Venezolana de
Televisión y cuando le preguntaron cómo se llamaba el grupo, los agarraron
fuera de base, pues no tenían nombre, por esta razón decidieron darle el
de su primer disco y que hoy día conservan
como bandera de presentación en sus treinta y cinco años de carrera.
Él asegura que si tuviese la
oportunidad, más allá de cambiar algún detalle en una producción, anexaría
algún instrumento que pudiera dentro de lo que está hecho enriquecer el sonido,
no obstante son cuatro cabezas diferentes y habría que llegar a un consenso.
Pero cambiar como tal, no.
Su familia usualmente lo acompaña si
va a un lugar de playa a cantar, es por ello que aún conserva una casa que construyó la agrupación
en Puerto Píritu y que servía como punto de encuentro equidistante entre Ciudad
Bolívar y Caracas, locaciones en donde
se residenciaban los integrantes del grupo.
Los hijos de sus compañeros le piden
la bendición, es por ello que esta serenata la define como su vida y gracias a
ella ha demostrado una virtud de nacimiento que es la forma, el estilo y la
posibilidad de utilizar el instrumento musical más perfecto que existe, la voz.
“Tu puedes aprender a tocar una
trompeta, piano, arpa, cuatro o guitarra pero la voz la tienes o no la tienes”,
enfatizó. Hoy es capaz de dar conferencias de folclore, cantar boleros solo y
la gente acepta el tono tan particular
de su voz que ya hasta resulta familiar a los venezolanos.
El aguinaldo lo describe como una
pieza fácilmente diferenciable de lo que es el género musical, principalmente
por la temática romántica y apunta que particularmente le gusta el popular
“Corre Caballito”.
Recuerda de sus andanzas por Cumaná,
las calles angostas, tipo hispánicas del callejón El Alacrán, allí había una residencia de muchachas que le llamaba la
atención y a las cuales les cantaba.
En Serenata Guayanesa pareciera
haber un equilibrio entre la forma de ser de sus integrantes, pues unos son
dicharacheros y alegres, mientras otros dan la impresión de ser un poco más
calmados, románticos y con un sentido del humor muy agradable, éste es el caso
de Mauricio.
Amante de platillos guayaneses como
la Sapoara al horno, el Boca Chico frito muy crujiente, la Curvinata y el
Pavón, y de lugares espectaculares como el Casco Histórico y el Salto Ángel,
este serenatero se declara defensor de los morrocoyes, pues es su mascota preferida. Él afirma que se los regalan bebés
y los cría hasta cierta edad, porque el
espacio de su casa no es suficiente para las necesidades de estos
animales y hoy tiene “sólo” siete en su casa.
El río le inspira y dice que su
padre -quien lo perdió hace 8 años- se burlaba de él porque al llegar a Ciudad
Bolívar salía de paseo en las tardes a
observarlo desde el malecón.
En definitiva, sus recuerdos lo
invitan a escudriñar y a conocer esa región que le dio color y vida a su voz.
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