Acá los relatos de una figura que lucha por preservar la cultura regional,
cantando en Noche Buena su historia colmada de tradiciones locales
Ada Victoria Serrano
Ciudad Bolívar
le sirve de inspiración para seguir su misión de consolidar las raíces
culturales del guayanés a través de la Fundación Parapara. Utilizando su voz
como instrumento, Mariita Ramírez, una
de las promotoras culturales más queridas de la región, narra sus vivencias con
el color que le otorga diciembre, pues en este mes está de júbilo por llegar a
sus 25 años de labor formativa.
Entre paredes
pintadas de alegría, al son de los ritmos populares y con la melodía del cuatro
y el tambor, la Fundación Parapara sirvió de escenario central para que la
artista ilustrara su día a día, momentos que se han transformado en años de
trabajo con los jóvenes bolivarenses.
Mariita inicia
su relato comentando que viene de un hogar musical, porque su padre quien era
zapatero mientras arreglaba el calzado cantaba y su madre cuando realizaba los
oficios del hogar también lo hacía.
“Mi mamá me
llevó de la mano por este mundo, porque en el hogar comienza la siembra buena
para ser artista y para aquel que va a desarrollar su vocación, pero siempre
con el equilibrio de los valores”, comenta evocando los dulces recuerdos de su
infancia.
Quien diría
que aquella niñita que iba a ver los ensayos musicales de la época, se
convertiría en la protagonista de estas remembranzas. “Yo nací en un sitio bien
prolijo de cosas buenas en cuanto al arte musical, me críe cerca de donde nació
el juglar Don Alejandro Vargas, autor de Casta Paloma y La barca de
oro, en el sector Centurión en un barrio obrero”.
De aquellos
tiempos recuerda con regocijo la existencia de un grupo llamado “Las
maracuchas”, zulianas muy queridas que encendían la parranda en la comunidad y
a quienes agradece el conocer de cerca este género lleno de regodeo.
“Las
maracuchas tocaban parrandas por todas las calles de la ciudad y yo iba a
oírlas entre septiembre y octubre, meses en los cuales comenzaban las fiestas
en Ciudad Bolívar a finales de los años cincuenta”, detalla María del Valle
Ramírez, verdadero nombre de esta promotora cultural.
Era
la época de oro en cuanto a la música, pues durante ese período conoció a
personajes que, según su parecer, fueron importantes para lo que es hoy.
Misión con recompensa
Mariita
es única hija entre siete hermanos varones, quienes también se desarrollaron
dentro del ámbito artístico.
Le
gusta bailar joropo, guasa y al ritmo de Alejandro Vargas y rememora con
deleite sus danzas de carnaval por las calles de Angostura cuando eran
arenales. También aprendió a tocar tambor, maraca, percusión y cuatro, este
último con gran destreza, pues afirma que sabe hasta Bossa nova y que si
lo hubiese estudiado con dedicación fuera hoy la segunda Cheo Hurtado.
“Yo elegí,
dado que mi disco duro se grabó de tantas cosas buenas, preservar todo lo que
conjugaban las manifestaciones de mi Ciudad Bolívar, porque siempre me la han
negreado. Ella tiene mucho y es una madre que lo da todo, pero nosotros sus
hijos no hemos sido consecuentes. Ella es muy ponderada, pero poco amada. Somos
dueños del río más grande de Venezuela, está a la punta de la nariz y no lo
vemos”, comenta.
Asimismo,
confiesa que una de las cosas que la
motivó a hacer su trabajo es que le decían que por estas tierras no había
tradición y le hería profundamente su “guayanesidad”.
Comenzó
cantando a muy temprana edad y a los siete años visitó varios programas radiales de talentos en vivo,
específicamente Radio Bolívar y Ecos del Orinoco, que eran las dos emisoras de
la ciudad.
Le tocó cantar
con arpa, cuatro y maraca la música de Venezuela, joropos, valses y pasajes,
hasta que llegó ese mágico momento en el cual desarrollaría todo sus
aprendizajes.
Con Alejandro
Vargas le correspondió hacer un trabajo que le habían asignado musicalmente, y
le tocó bailar danzas como El sapo, El pavo y otras guasas. Siendo
su vecino, Alejandro, le pedía a Mariita que copiara, porque ese legado se iba
a perder, ya que en ese tiempo no había grabador ni tampoco tecnología, sólo la
memoria funcionaba.
Este juglar le
llevaba un cuadernito y un lápiz, para que ella anotara todas las cosas que él
componía, experiencias que, luego, llegarían a formar su misión de promoción.
Un juego, una idea
De esta
manera, Ramírez con veteranía orfeónica, coralista, orquestal y con
responsabilidades por casi 21 años en la directiva de la Casa de la Cultura de
Ciudad Bolívar, asumió su vocación real, reuniendo a un grupo que hoy es
reconocido por su gran compromiso popular.
“En un inicio
esta idea iba enfocada hacia una agrupación exclusivamente de mujeres, y de un
rosario de sustantivos nació el nombre de Parapara, un juego de tradición
popular”, expone Mariita.
El
9 de diciembre cumplió formalmente el primer cuarto de siglo trabajando por ese
proceso de rescate cultural, pues ese día realizaron la primera presentación.
Como
grupo siempre ha sido autogestionante y en los espacios donde trabaja se
imparten clases de cuatro, guitarra, percusión y hasta bajo, pero dentro de esa
línea de defensa y preservación de la música de Guayana. En la fundación
también se vende artesanía autóctona y en ocasiones instrumentos musicales.
El
sitio donde se encuentra ubicada la sede de Parapara -diagonal a la Plaza
Bolívar de la capital regional- es un patrimonio de la historia, pues allí
vivió el General Marcelino Torres García, presidente de estado de la región.
Bajo el mandato de este personaje se construyó la calle de piedra y las
escalinatas de Ciudad Bolívar.
La
Fundación Parapara tiene como proyecto de vida la preservación de los valores
de identidad guayanesa con manifestaciones como la celebración de Los
caballitos de San Juan. “Nosotros no hemos podido aún obtener todas las
tradiciones que se exponen musicalmente en Ciudad Bolívar, por eso no podemos
mudarnos a Perú o a China a ver qué es lo que hay por allá, pues preferimos ser
investigadores en nuestra región”, comenta Mariita.
En
cuanto a los eventos más representativos que organiza la institución, su
programación incluye una cita denominada Nos vemos en el Congreso, en
donde se lleva a cabo un reencuentro de todas aquellas personas que han crecido
en esta institución.
¡Viva la parranda!
Aparte
de hacer el pesebre en Navidad, los integrantes de la fundación dirigida por
Ramírez salen a la calle con el denominado Semillero de Parapara.
Los ensayos de los aguinaldos y las parrandas
comienzan desde septiembre, para que tal día como hoy se den a conocer esas
piezas inéditas o inclusive los villancicos tradicionales venezolanos, con el
objetivo de que este legado quede en la memoria musical de los niños,
adolescentes y adultos.
“El
bolivarense es parrandero por excelencia”, afirma Mariita. Su abuela paterna
componía temas en este género y su casa era centro de acopio de todos aquellos que les fascinaba este
particular ritmo.
Los
parranderos de la época iban a determinados puntos de la ciudad con sus piezas
de paquete, para que el grupo asistente escogiera cuál era la que más gustaba.
“Las
parrandas de Ciudad Bolívar le cantan al amor y la vida, a todo menos a San
José, la Virgen, la mula y el buey, porque su temática es alegre, jovial y se
da de una forma muy natural”.
Entre
las canciones de jolgorio que se encuentran en el repertorio de Mariita, esta
alegre mujer recuerda una que realizó para las Siete de Guayana llamada
“Las parranderas”, en la que cada verso describía al grupo. Los parranderos al momento
de cantar iban improvisando las líneas con todo lo que veían y tenían doble
guía, es decir, cuatro versos primero y cuatro versos después.
Este colorido relato sirve de herramienta para
inspirar a más de uno el día de hoy y encender desde ya, la parranda de sus
vidas. Recuerde que esto, según Mariita, no se aprende en la escuela, viene con
el ser.
Melodía de una artista
- Fundación Parapara
“Amor”
- Cultura
“Mucho que trabajar”
- El maestro Vargas
“Un padre para todos los
guayaneses, pues dejó una gran herencia musical”
- Una pasión
“El cuatro”
- Un temor
“Irme sin haber concluido lo que
vine a hacer”
- Un vicio
“No fumo, no tomo. ¿Un vicio?
Hablar demasiado”
- Un recuerdo que no borraría
de su memoria
“Mi madre y padre”
- Un color que defina su vida
“El rojo, porque es amor y
pasión”
- ¿Qué es lo más hermoso que
tiene la vida?
“La música”
- ¿Dónde queda el paraíso para
Mariita?
“En Ciudad Bolívar”
- ¿Cómo le gustaría morir?
“Habiendo concluido la misión que
elegí hacer”
- Un lema
“La guayanesidad, la identidad y
arraigo. Si un árbol no tiene raíces de donde sostenerse, cualquier ventolera
se lo lleva”
Tradiciones de un pueblo
Parapara es un juego popular guayanés que
se realiza en la Plaza Bolívar de la capital del estado. Su nombre proviene de
un árbol que da su fruto antes de Semana Santa. Éste viene recubierto por una
membrana, que dicen que es venenosa, pero realmente contiene propiedades
jabonosas, de hecho, de su concha se saca jabón y la gente del campo la utiliza
para lavar su ropa.
Dentro
de ésta hay una semilla negra, que sirve para jugar Pare o none,
haciendo preguntas y respuestas.
Ramírez
señala que el Parapara, al ser jugado por el niño que está en preescolar, le
permite desarrollar la capacidad de socialización, además de acrecentar su
destreza verbal y habilidad manual.
Otro
juego tradicional es La saranda, definido
como un encuentro realizado con el
trompo. Se llama así porque esta es una planta enredadera, familia de la
auyama. Para jugar se hace un enfrentamiento entre el trompo y La saranda,
macho y hembra, en el cual esta última, por ser como una calabaza, puede ser
quebrada con facilidad por el trompo.
La
particularidad de esta recreación es que dentro de La saranda hay una miniaturita
que se le denomina la Reinita, a la cual se le da un baño de manteca de
cochino y la ponen a solear. Dentro de ésta se le coloca un papelito con
peticiones y el que logre quebrar a la Reinita, tiene que costear la
fiesta el domingo de resurrección como forma de pago.
Finalmente,
están los Caballitos de San Juan,
celebración llevada a cabo por los artesanos el día de este santo. La idea es
visitar a un Juan o Juana con los
caballitos hechos con retazos de tela sujetados a un palo de escoba y se va
cantando:
“Riqui...,
riqui, riqui, ra,
caballitos
de San Juan,
me
llevas pa´ ca,
me
llevas pa´ lla,
lindo
caballito,
comienza
a trotar,
y
corre conmigo,
para
visitar,
a
todos los Juanes,
de
mi gran ciudad”.
Al llegar a la
puerta o a la ventana de la casa de la persona en cuestión, los que llevan este
nombre agradecen la visita con caramelos o monedas.
No hay comentarios:
Publicar un comentario