jueves, 10 de mayo de 2012

Cuentos de circo


¿Qué se esconde detrás de la gran carpa antes y después de cada función? Más  que un espectáculo, la cotidianidad de un cirquero encierra un sinfín de anécdotas que no sólo se resume en los pocos minutos que dura su número en la pista, sino en su peculiar modo de vida que trae consigo el arte de entretener

Ada Victoria Serrano

                ¡Vamos al circo! Es lo que repiten los niños cuando observan que una gran carpa ha llegado a su ciudad. Los padres al ver la novedad deciden llevarlos, comprar los boletos y el respectivo kit de globos, algodón de azúcar, cotufas y refrescos, para así poder disfrutar del espectáculo. En dos horas colmadas de diversión regresan a sus hogares, pues para ellos terminó la función. Sin embargo, para el cirquero nunca culmina, ya que al amanecer debe laborar durante el día para dar nuevamente la bienvenida al caer el sol.
            Un vasto trabajo de montaje, ensayos, golpes y maquillaje es lo que a diario define el vaivén de los payasos, trapecistas, domadores, equilibristas, lanzadores de cuchillos y hasta contorsionistas quienes dan vida a la magia del circo.
            Cuando se trazan un objetivo en el mapa y llegan por primera vez a una ciudad, los cirqueros inicialmente tienen la responsabilidad de acondicionar el terreno seleccionado para poder extender su tan preciada carpa, pues no todo el trabajo es artístico. Para ello, instalan las torres y las columnas y después estiran el entoldado.
            Sillas, cajones, alfombras y toda la parafernalia característica son colocados para terminar de darle forma al show que está por comenzar.

¡Y amaneció!
            Al día siguiente cuando el reloj marca las seis de la mañana muchos se levantan con el canto del gallo para aprovechar el tiempo y la pista, pues hay que estar en forma para no arruinar el espectáculo que está por presentarse.
            La primera en lista es Gabriela Hernández, encargada del adiestramiento de los perros y el número de las argollas en las alturas.
            Esta ecuatoriana de esbelta figura es descendiente de cirqueros y desde los doce años ha estado ensayando.
            Gabriela inicia su jornada a las seis entrenando con los canes y a las siete con las argollas -número que desafía las alturas y el control corporal-. Le agrada escuchar los aplausos, no obstante, confiesa que lo más difícil de su trabajo es estar arriba y depender de un winche.
            Mientras que Gabriela realiza sus prácticas, los obreros del circo limpian las instalaciones y otros se están a penas arreglando para su turno en la pista.
            Cuando Hernández termina se dirige hacia su casa rodante a realizar labores diarias y a compartir con su familia, pues ellos también están integrados a este mundo.
            Por su parte, otro que madruga es Ovel Hernández, mejor conocido como el payaso Coco. Al despertarse realiza las compras de frutas y verduras, pues además de hacer reír, tiene la responsabilidad de alimentar a los animales.
            Ovel siempre busca complacer a sus consentidos, por ello generalmente les compra lechoza, cambur, patilla, melón, tomate y lechuga. “Comen de todo, además se les da pasto las 24 horas del día y en la noche alimento de galope”, asegura Hernández en cuanto a la dieta balanceada de los tres elefantes -dos africanos y un hindú- y la burrita Blancanieves del Circo de México.
            El traslado de estas criaturas no es sencillo, por ello cuando la “gran carpa” llega a una locación, el movimiento que se realiza comprende la puesta en marcha de diez gandolas, casas rodantes, trailers y hasta remolques.
            Así va transcurriendo la mañana. El siguiente es Juan Carlos Perea quien es motociclista y malabarista. Este tachirense representa la cuarta generación de su familia que hace vida en este lugar y ha ensayado desde los siete años los malabares con pelotitas, clavas y aros.
            Perea comenta que detrás de su espectáculo debe haber mucha precisión y que cuando ésta falla se dan los accidentes, pues es complicado aprender el acto del Globo de la muerte.
            Al recordar su peor experiencia, describe con emoción la vez que cayó de la moto dentro de la estructura circular trabajando en plena función en Valencia. Ésta le golpeó la espalda y le partió la clavícula izquierda. Además ha tenido pormenores que le han causado fracturas en la muñeca, costilla y hasta en un dedo, sin embargo, sigue montado en su caballo de acero, pues  dice que entre más se cae, acrecenta su gusto.
            Su secreto, según cuenta, es no tener miedo, no ser confiado con el aparato y sentir afinidad  por la adrenalina y el vértigo.
            La exhibición del Globo de la muerte dura alrededor de siete minutos y la vestimenta que necesita es similar al kit que usan las personas que practican motocross: unas pecheras de acrílico, coderas, rodilleras, guantes y casco. “Esto da mucha protección y seguridad al que se monta, pues evita el lastimarse de gravedad al darse algún accidente”.
            A diferencia de Gabriela, Juan Carlos al llegar a una ciudad lo primero que hace es buscar una pieza o un hotel, porque no vive en un remolque.
            Una vez que está instalada la carpa, Perea se dispone a armar su globo metálico. “Es como un rompecabezas, pues todas las piezas están marcadas con un número y se deben encajar con puros tornillos”, comenta. Y luego enciende su motocicleta  DT 175 -aunque preferiría trabajar con una que tuviese mayor fuerza y agarre- para introducirse en el globo a dar vueltas y vueltas a grandes velocidades.

Del timbo al tambo
            ¿Gitanos? No, simplemente artistas que se suman a la aventura de conocer culturas, lugares y regalar sonrisas a quienes osan disfrutar de un show circense.
            Como en todo trabajo, el ser cirquero implica sus sacrificios, siendo el más contudente el no poder contar con un hogar -fijo- y la familia a la vuelta de la esquina, ya que estos se encuentran a cientos de kilómetros o en el circo de la competencia. Aunque parezca curioso, la mayoría de estos personajes se han criado en este mundo desde muy pequeños y son descendientes de figuras que viven en la pista.
            Ejemplo de ello es Ovel, quien tiene a su mamá y hermana en el circo de Los Valentinos y recibe visita de ellas tan sólo una vez al mes; sin embargo, no cambiaría su estilo de vida por nada del mundo. “El circo lo es todo para mí, aquí crecí y quizás aquí moriré. Me encanta el poder recorrer muchos países y llevar alegría a cada rincón”, relata.
            Además de crecer, es un mundo de aprendizaje, desafíos y de subir escalafones. Hernández,  cuenta que comenzó cuando tenía cinco años, entrenando acrobacia, luego incursionó en un acto denominado El trampolín -cama elástica en la cual se realizan piruetas-, para finalmente trabajar como trapecista y equilibrista. Pero lo que realmente lo cautivó fue la posibilidad de ser payaso.
            “Lo de Coco salió de un momento a otro, pues me vieron y dijeron que tenía cualidades para este personaje. Al principio me costó,  pero ya tengo ocho años siendo payaso”.
            Se estrenó en el circo de su familia El rey all star en Colombia y después de haber paseado su talento en varias carpas, hoy en día goza la dicha de  conocer casi todo Centro y Sur América y la mayor parte de las Islas del Caribe.

En la cuerda floja
             Mientras en el piso prosiguen los ensayos, al alzar la mirada Jhon Ramírez, sujeta un balancín e inicia una rutina de equilibrio. Su papel en la función es de alambrista.
            “Yo soy como un acróbata o equilibrista y me inicié a los 12 años gracias a mis tíos.  Cuando uno comienza a ensayar lo hace desde un alambre a poca distancia, luego se va aumentando hasta que está a una altura de siete a nueve metros sin protección”, comenta Ramírez.
            De un lado a otro y con unas botas de suela lisa camina Jhon por este alambre,  no le da nervios, sino más bien emoción durante esos veinte minutos en los que también salta, baila, corre y hasta maneja bicicleta.
            Risas, chistes y disfrutando de las prácticas estos chicos comparten su mañana para hacerla más agradable, sin embargo hay otros que tratan de concentrarse como Javier Jhon Villegas quien se hace llamar como El hombre pájaro.
            “Es un acto acrobático aéreo que necesita un buen estado físico, tiene un poco de danza contemporánea y  gimnasia olímpica. Es un número que no tiene red de protección”, relata Villegas.
            Disciplina, ejercicio, comer y dormir bien, son algunas de  las condiciones que debe tener Javier para poder llevar a cabo su presentación.
            “Se deben hacer muchas abdominales, barras y saltos porque se necesita elasticidad y dominio del cuerpo. Profesionalmente tengo alrededor de siete años haciendo esto, pero fue a los tres años que comencé como payaso, ya que mi padre era uno de los más famosos en Colombia. Así  fui aprendiendo, ensayaba en las noches, estudiaba en las mañanas y los fines de semana trabajaba”, agregó Javier.
            Su talento lo llevó también a ser malabarista y contorsionista, teniendo la oportunidad de trabajar en los circos Fuentes Gasca, Hnos. Suaréz y Rock Hermanos. Al terminar sus estudios a los 15 años lo contrataron en Brasil para realizar una gira por Latinoamérica.
Hoy en día Villegas afirma que lo más difícil de ser cirquero en el aspecto personal es no tener a su familia cerca –la suya está en Cali y pasa tres o cuatro años sin verlos- y en lo artístico,  cuando falla.
Al convertirse en El hombre pájaro deja su vida a la medida de un winche, dos poleas, una guaya, los grilletes y unas telas llamadas Jersey. El único accidente que ha tenido fue haciendo un giro, el cual lo llevó a la lona a 13 metros de altura en plena función por causa de una  polea que se desenganchó.
Este desafiante chico de rulos relata con su acento que delata su nacionalidad colombiana que también realiza un acto de fuerza dental y mandibular, éste lo ejecuta llegando a las alturas  mordiendo un aparato, el cual le sirve de soporte para poder llevar a cabo distintas figuras en el aire.
“Lo lindo de todo es que hago mi trabajo para la gente que lo necesita, entre mil o cien personas le puedes llamar la atención a una, y a ése lo logras sacar de su rutina y le haces pasar un rato agradable”.

Fuera de la pista
            En la tarde la mayoría de los cirqueros se van a visitar los centros comerciales o  los sitios claves de la ciudad donde se encuentra.
            Ovel comenta que al principio los artistas no traen a sus familias y por ello hacen muchos amigos, no obstante, luego que se han adaptado a la vida del circo traen a sus parientes para que les hagan compañía.
            “Hay algunos compañeros que están casados con venezolanas y de vez en cuando viene la familia a visitarlos y se van a gusto. Inclusive cuando un compañero cumple años se le hace un asado, reunión o fiesta; nos podemos ir a jugar fútbol; nos turnamos las vacaciones, porque el circo nunca detiene sus actividades”.
            Ecuatorianos, chilenos, uruguayos, argentinos, colombianos y venezolanos, toda una mezcla de nacionalidades se puede encontrar en la “gran carpa” que con dedicación hace que esta atracción se le pueda llamar circo.
            “Lo que nunca debería faltar en la pista  son los animales, el acto de la moto, los trapecista y los payasos. Yo creo que estos últimos le dan el toque de magia a los circos, porque los niños siempre están con la idea de las torpezas de este personaje y es esencial”, afirma el payaso Coco. Además agrega que las condiciones que debe reunir este personaje son: ser cómico, alegre y liviano -caerle bien al público-.
            Dos horas antes del espectáculo ya todos están vistiéndose y maquillando sus rostros, para así encarnar al personaje que les corresponde.
            A las seis de la tarde el presentador toma el micrófono y muestra cada estampa al público en su respectivo momento. Estos al escuchar el mejor de los aplausos marcan el final del show, esperando desde ya la próxima función.
           
Un acto en números
            Alrededor de 50 personas trabajan en el Circo de México. Una parte de ellos pertenecen al personal obrero y administrativo, y otra está formada por los artistas y los pequeños que se están iniciando. El circo tiene una capacidad de 2.150 espectadores, quienes deben cancelar alrededor de 20 mil bolívares si es adulto o 10 mil si es niño para disfrutar del show, sin embargo, el  costo varía dependiendo de la ciudad a la que se llega.
            Si la taquilla es buena la estadía de un circo puede aumentar. En las regiones principales pueden permanecer alrededor de los 2 meses y hasta 3. En ciudades como Puerto Ordaz pueden establecerse 1 mes y medio, Ciudad Bolívar llegar hasta las 3 semanas y Upata hospedarse sólo   10 días. El circo labora los 365 días del año, pues se debe tomar en cuenta la fase de desarme, mudanza y organización en otra ciudad.

Cirquero guayanés
            Luis Alberto Manzanilla es un joven guayanés que  hace cinco años se unió a la aventura de pertenecer a la “gran carpa”. Actualmente viaja con sus compañeros del Circo de México y presenta su número de elasticidad corporal junto a su hermano.
            Viene de familia de cirqueros -como asegura- sin embargo, fue gracias a un vídeo que tomó con seriedad esta actividad,  pues le agradó la idea de poder lograr figuras con su cuerpo.
            El entrenamiento lo considera como agotador y minucioso, pues al año de práctica consiguió a penas el equilibrio para sostener a su hermano. Su rutina comienza en la mañana con flexiones y abdominales y confiesa que no deja ni un día de ensayar porque según su parecer el cuerpo se desgasta fácilmente.
            Actualmente vive en un motorjón y viaja con todos sus compañeros por varias ciudades, pero de aquí a diez años espera no continuar con este modo de vida, pues aspira estudiar.
            “Esto es muy divertido y alegre,  uno aprende a vivir de una forma diferente”, concluyó.
            

No hay comentarios:

Publicar un comentario