jueves, 10 de mayo de 2012

Una serenata de vivencias


Este cuarteto no se añeja en los años, sin embargo detrás de su estructura vocal tan peculiar, del cuatro y el tambor hay relatos  que llegan como música a los oídos de quienes crecieron cantando “El sapo” o “La pulga y el piojo”;  cuentos que son pinceladas de recuerdos en la vida de un  músico

Ada Victoria Serrano
Fotografía: Luis Castillo

            De tonalidades distintas pero bajo una misma esencia: César e Iván Pérez Rossi, Mauricio Castro y Miguel Ángel Bosch, recitan al mejor estilo tradicional venezolano esos episodios que marcaron el antes y el ahora de una serenata, instantes que se han convertido en su día a día.
            Recitar, componer y vivir bajo la filosofía que ha impuesto esta agrupación es una canción que retumba nota a nota con las personalidades -tan desiguales- que han encajado perfectamente en el mosaico musical del venezolano.
            Hoy día reconocidos como “Patrimonio Cultural de Venezuela” y con treinta y cinco años dando voz al legado guayanés, este cuarteto de veteranos músicos narran sus experiencias más significativas dentro del fascinante mundo que lleva por nombre “Serenata Guayanesa”.

El tambor Rossi
            Desde los seis años cantaba y ahora lo que hace es componer. César Pérez Rossi o “amarillo” como era conocido en su juventud por su cabello claro formó parte del orfeón de Ciudad Bolívar y del Liceo Peñalver y en sus años de mozo comenta que se destacó como un gran serenatero.
            Este guayanés de ojos achinados y frente amplia aprendió a tocar el cuatro de una forma autodidacta, pues con sutil agrado recuerda que se la pasaba en la esquina de su casa  “tocando y tocando”.
            Se fue a estudiar a Mérida y allá conoció la gran variedad de música tradicional venezolana, ésa que tiene diferentes matices de acuerdo a las regiones. Daba serenatas casi todas las noches, a pie y con su cuatro en mano.
            Sus inicios se remontan desde esa época que en compañía de su hermano Iván formaron parte del orfeón del Liceo Libertador. Sin embargo, en su llegada a “la ciudad de los caballeros”, integró un grupo musical llamado“Canaima” en la facultad de Odontología de la Uiversidad de Los Ándes.
            Entre esas anécdotas gratificantes relata que había una residencia tereseana donde vivían más de cuarenta mujeres y  allí iba a cantarles; estas vivencias aún las conserva.
            Él vivió la época de “Contrapunto”, una de las agrupaciones folclóricas más importante de la música tradicional venezolana -según su criterio-. “Hay que hablar antes y después de Contrapunto,  pues dejó en la agrupación una huella muy marcada”, comenta César como fanático del grupo.
            Llegando al tema de su inicios en el conjunto, el serenatero del tamborcito, señaló que nació como una inquietud, ya que se desconocía  la música de Guayana.
            Durante el primer período de Rafael Caldera hablaron con el gobernador -que en ese entonces era Manuel Garrido Méndoza- para hacer el primer disco institucional que se llamaría Serenata Guayanesa.
            En esta producción habían seis temas cantados por ellos y como no tenían un repertorio muy extenso decidieron incluir seis canciones instrumentales del grupo que dirigía el papá de Hernán Gamboa -su antiguo compañero-.
            Nunca pensó que después de treinta y cinco años Serenata Guayanesa se mantendría en el cariño de los niños y la familia venezolana con trabajos como éste.
            César afirma haberse criado con aguinaldos como “Casta Paloma” y hoy día conserva  más  que éso de la tradición guayanesa, pues en cuanto a la gastronomía popular le gusta el “aguaito guayanés”, que según sus compañeros lo prepara excelente. En su lista de preferencias pescados como el Boca Chico, la Curvinata y el Lau Lau ocupan los primeros lugares, así como también bellezas como El Salto Ángel, en la cual tuvo la oportunidad de grabar dos programas de televisión.
            El éxito que les trajo la primera producción los instó a grabar el segundo trabajo, en el cual se incluyó el calipso de El Callao, género que no se conocía en ese momento. Y con la tercera producción se dio cabida al golpe y estribillo, para así llegar a concretar su misión más importante enfocada hacia los niños.
            Entre las fortalezas que han hecho que permanezca en el tiempo el favoritismo por el grupo en varias generaciones, César lo atribuye a la persistencia de sus trabajos y el delicado mensaje dirigido a los niños.
            Hoy espera estar hasta que el cuerpo aguante, pues ha sabido conocer a la gente y apreciar lo que siente el venezolano por la música, por ello transmite sus conocimiento a través de programas radiales que conduce como “Serenata en Éxitos” y “Serenateando en Onda”.
            Se siente orgulloso y afirma que puede morir tranquilo, primero como profesional, como padre y como miembro de Serenata Guayanesa.
            ¿Tradicionales?, vaya que sí. Actualmente conservan el mismo estilo contrapuntístico con voces oscuras. Al principio, en los dos primeros discos, no contaban con bajos, eran sólo dos cuatro y voces, ni siquiera él “le metía al tambor”. “Yo me inicié con este instrumento cuando comenzó el calipso, ha sido una pelea y nos sentamos en un mitin de trabajo cuando se plantea cambiar el sonido, porque la gente nos quiere así, ¿para qué cambiar?, ¿enredarnos la vida?, no”, agregó.
            Con cinco hijos, seis nietos y cuarenta y dos años de casado, César Pérez Rossi acuña la importancia  del río que se refleja en la inspiración de los poetas. Su esposa ha soportado su ajetreada vida de serenatero y aunque siempre le dice que se casó con un odontólogo, no con un músico, ha sabido sobre llevarlo y formar parte de esta gran familia.

Una pluma de tradición
            “Yo no soy músico para empezar, yo apenas medio canto”, afirma Iván Pérez Rossi en cuanto a su participación en Serenata Guayanesa.
            El serenatero más alto y delgado del grupo, el que todos reconocen por su barba comenta que le gustó el canto desde que estaba en la escuela, de hecho se destacó como solista en los actos culturales.
            Recuerda haber interpretado temas en el Liceo Peñalver a capela porque no había quien lo acompañara. El primer cuatro que vio fue comenzando el bachillerato, pues él no era músico, sólo aficionado. Dice que proviene de esa generación espontánea, pues en su casa nadie pertenecía al mundo artístico.
            Iván escuchaba a sus hermanos y los temas que se escuchaban en la radio de Pedro Infante y Jorge Negrette. Decían que tenía buena voz y utilizando este potencial fundó un grupo que se hizo relativamente popular llamado “Los Gaiteros de la Plaza Miranda”. La primera vez que se presentaron fue en diciembre del año sesenta y dos; esa misma noche conocieron a Hernán Gamboa, y se hicieron amigos.
            Al año siguiente los cuatro solistas de aquel grupo, fueron los fundadores de “Serenata Guayanesa”.
            Iván descubrió a los ocho años lo que era el canto improvisado, ése en el que dedicaban los versos a los que estaban presentes. De pequeño recuerda que las parrandas navideñas llegaban hasta su casa porque su papá era el director del único liceo que había en Ciudad Bolívar.
            Él se unía a las fiestas decembrinas y a las diversiones de carnaval, pues en esa época, los que se contagiaban con esta alegría llegaban a los hogares buscando una botella de ron, y en lo que se iban él se tenía que aguantar la “paliza” de la noche porque simplemente le gustaba.
            Con tres hijos y siete nietos, Iván actualmente dedica su tiempo por completo al grupo. Al describir un día de su vida, señala que es “fastidiosísimo”, porque a veces no sale de su casa y se queda componiendo una canción.
            Dejó de ser ingeniero hace muchos años, aunque conserve su título, no obstante cree que perdió mucho tiempo con esta carrera, ya que fue más que todo un problema de estatus. Esto no le preocupa en absoluto, pues él vive exclusivamente de la agrupación, además de hacer libros para niños.
Si de satisfacciones se refiere, Iván comenta que no tiene muchas, porque ha asumido la música como un trabajo. Él se siente muy tranquilo y contento cuando la gente lo aplaude y reconoce su labor, pero no lo llena del todo.
            Este serenatero dice que si tuviese la oportunidad de viajar en el tiempo para maquillar algunos detalles con lo cuales no haya quedado conforme, no cambiaría nada, pues argumenta que se han ido quemando etapas. No se arrepiente de lo que ha hecho con la música, pero si piensa que ha debido ser un poco más exigente.
En sus composiciones Iván trata de rememorar algunos de los episodios de su infancia, es más, trata de rememorarla como es el caso de la canción “El papagayo” que es producto de sus vivencias como vendedor de estos. A veces hace canciones para Guayana que ni los guayaneses comprenden, pero que él sí entiende.
Afirma que lo mejor que hay en Ciudad Bolívar, musicalmente hablando, es el aguinaldo guayanés, “son especímenes nunca vistos en Venezuela”, con letras exquisitas y excesivamente románticas.
En ocasiones recuerda las maravillas de Rosa Marcano, por esta razón se esfuerza tratando de hacer versos sin verbos como es el caso de “Bolívar todo tropical”, recitando su coro así: “Bolívar todo tropical, Bolívar tierra de la amistad, Bolívar la historia, Bolívar tradicional, Bolívar selva y turismo, Bolívar la libertad”.
A Iván no le gusta recomendar nada, no obstante si de gastronomía se trata,  recuerda que en su casa comía mucho mondongo, al igual que el sancocho de morocoto, la curvinata guisada y el pelao guayanés. De igual forma, comentó que quisiera ir a cada rato al Salto Ángel, Canaima o La Gran Sabana.
Le gusta visitar el Casco Histórico de Ciudad Bolívar  y deleitar su vista con el atardecer en la casa de tejas, pues considera que es la puesta de sol más bella de toda la tierra.
            Este admirador de la música de Alejandro Vargas define su serenata como “una cuestión sumamente importante, una forma de vida que la lleva en el sentimiento”.
            También la califica como un matrimonio bien avenido, pues se ha casado tres veces y hoy día afirma estarlo sólo con su “Serenata Guayanesa”.

El caraqueño adoptado
            Lo más apasionante para Miguel Ángel Bosch es darle una serenata a un ser querido, lo que él no sabía es que precisamente esa ronda de canciones iba a durar tanto tiempo.
            Comenzó muy pequeño en el mundo musical, aproximadamente a los seis años, y hoy día esta afición se ha transformado en toda una filosofía y un estilo de vida.
            Se siente como el nuevo de “Serenata Guayanesa” con sólo veintitrés años en el grupo y considera  que sus vivencias son diferentes, ya que su ingreso en el grupo fue en el año ochenta y cuatro, cuando Hernán Gamboa dejó la agrupación.
            Este tenor y primer cuatro, de bigotes y ante ojos comenta que cuando sale “Serenata Guayanesa” al ruedo musical fue una sorpresa porque era un cuarteto local integrado únicamente por varones.
            La estructura vocal de esta agrupación era llamativa y poco usual, además era muy fresca y la manera de tocar el cuatro era totalmente novedosa, comentó.
            Tomando esa escuela, Miguel Ángel se aprendió los arreglos y al llegar al grupo no tenía mucha dificultad, pues estaba desde el año setenta y dos estudiándoselos. En pocas palabras, él ya tenía el repertorio montado, se sabía de memoria los acordes en cuatro y todas las voces.
Bajo ese criterio comenzó a trabajar en abril del ochenta y cuatro y rememorando esas anécdotas dijo: “con toda franqueza era un reto muy grande, pues Serenata Guayanesa tenía y sigue teniendo un nombre inmenso. Era un compromiso personal. Tengo que agradecer el apoyo que tuvieron en enseñarme, lo que sé de contrapunto se lo debo a mi profesor Gilberto Medina, pero lo que sé de estructura y canto en tarima se lo debo a Serenata”.
No es casualidad, sino causalidad su llegada este cuarteto, pues aunque morirá siendo médico y pediatra, estrechó su vínculo a los más pequeños como músico. Entró al grupo justo cuando se grabó el primer disco de los niños y las circunstancias se fueron acomodando, creando una conjunción de elementos en su vida que hicieron que estuviese donde está ahora.
Se siente guayanés y dice con firmeza que nació en Caracas en el cincuenta y tres y en Ciudad Bolívar en el año ochenta y cinco, por esta razón se declara un ilustre de estas tierras.
A Miguel Ángel le encanta la música de Guayana, géneros en especial como el aguinaldo que tiene una lírica muy rica, no sólo por la estructurada de la letra, sino la línea melódica de los temas.
Le gusta la furia, lo telúrico de la montaña, el tepuy y el Orinoco que se desborda en el calipso en todas sus expresiones y deja en evidencia cierta preferencia por el tumbao de este género que se escuchaba en años anteriores.
 Afirma que en Guayana hay compositores extraordinarios como Antonio Lauro quien considera uno de los mejores del siglo pasado y maestro de todos los guitarristas. “Por él se tiene que estudiar la guitarra en el mundo, pues sus valses son materia obligada. Es un lujo tenerlo en la región”.
Hoy en día tiene veinticinco años de casado y aunque no tiene hijos, considera como suyos los de sus amigos. En cuanto a su matrimonio dice que no hay mucha gente que se acostumbra, ya que ninguna dama se puede habituar a la ausencia permanente de un caballero a la casa, sin embargo él lo escogió y su esposa lo conoció cantando.
Se confiesa dulcero, pues desde que Mauricio le llevó una vez un mazapán de merey, este sabor marcó un antes y un después en su vida.
No le resta mérito a la Curvinata, al Lau lau ahumado y al pelao. En su vida había comido el roti porque su círculo de acción estaba entre el hospital, la universidad y la casa, y con  “Serenata Guayanesa” aprendió a degustar la región.
Este caraqueño de padres andinos dice que no comía casabe pues se le asemejaba a la sensación del hielo en la boca,  en su lugar la yuca y el plátano eran las opciones predilectas. Sin embargo, descubrió que no sólo tiene un gran sabor, sino una gran cantidad de propiedades nutritivas. Asimismo, califica una visita al Roraima o a la Gran Sabana como una experiencia incomparable
Este serenatero define a la agrupación como una manera de ver la vida totalmente diferente, una filosofía y más que una familia, porque sus integrantes dejaron de pertenecerse para entregarse a la gente.  “Es un estilo, una forma de comportarse, una manera de actuar, una manera de dirigirse, un compromiso con el país y con nosotros mismos”, concluyó.

Una voz prodigiosa
            Para Mauricio Castro el estar enamorado o celebrar un cumpleaños era la excusa perfecta para salir en su época de estudiante a dar serenatas.
            El contra tenor de “Serenata Guayanesa” confiesa que no siempre sus canciones fueron bien recibidas, pues las reacciones eran distintas.“Nosotros pusimos un candado en esa puerta para que nadie pasara, decían muchos padres”, comentó. Sin embargo, Mauricio salía y tocaba en la calle del frente para que la persona en cuestión la escuchara.
            Recuerda que en ocasiones iba aventurar a casa de un familiar quien tenía un cultivo de orquídeas, burlando a unos perros rabiosos. Él junto a sus amigos se montaban en una mata y  robaban algunas para llevarlas -con serenata incluida- a sus novias. Ése era el estilo de los años sesenta cuando a penas él tenía veinte años.
            En diciembre se reunía para tocar y cantar aguinaldos con los hermanos Rossi, hasta llegar a formar “Serenata Guayanesa”. En cuanto a sus comienzos, señaló que en el año setenta y uno fueron invitados a un programa que se hacía en la Cadena Venezolana de Televisión y cuando le preguntaron cómo se llamaba el grupo, los agarraron fuera de base, pues no tenían nombre, por esta razón decidieron darle el de  su primer disco y que hoy día conservan como bandera de presentación en sus treinta y cinco años de carrera.
            Él asegura que si tuviese la oportunidad, más allá de cambiar algún detalle en una producción, anexaría algún instrumento que pudiera dentro de lo que está hecho enriquecer el sonido, no obstante son cuatro cabezas diferentes y habría que llegar a un consenso. Pero cambiar como tal, no.
            Su familia usualmente lo acompaña si va a un lugar de playa a cantar, es por ello que aún  conserva una casa que construyó la agrupación en Puerto Píritu y que servía como punto de encuentro equidistante entre Ciudad Bolívar  y Caracas, locaciones en donde se residenciaban los integrantes del grupo.
            Los hijos de sus compañeros le piden la bendición, es por ello que esta serenata la define como su vida y gracias a ella ha demostrado una virtud de nacimiento que es la forma, el estilo y la posibilidad de utilizar el instrumento musical más perfecto que existe, la voz.
            “Tu puedes aprender a tocar una trompeta, piano, arpa, cuatro o guitarra pero la voz la tienes o no la tienes”, enfatizó. Hoy es capaz de dar conferencias de folclore, cantar boleros solo y la gente acepta  el tono tan particular de su voz que ya hasta resulta familiar a los venezolanos.
            El aguinaldo lo describe como una pieza fácilmente diferenciable de lo que es el género musical, principalmente por la temática romántica y apunta que particularmente le gusta el popular “Corre Caballito”.
            Recuerda de sus andanzas por Cumaná, las calles angostas, tipo hispánicas del callejón El Alacrán, allí había  una residencia de muchachas que le llamaba la atención y a las cuales les cantaba.
            En Serenata Guayanesa pareciera haber un equilibrio entre la forma de ser de sus integrantes, pues unos son dicharacheros y alegres, mientras otros dan la impresión de ser un poco más calmados, románticos y con un sentido del humor muy agradable, éste es el caso de Mauricio.
            Amante de platillos guayaneses como la Sapoara al horno, el Boca Chico frito muy crujiente, la Curvinata y el Pavón, y de lugares espectaculares como el Casco Histórico y el Salto Ángel, este serenatero se declara defensor de los morrocoyes, pues es su mascota  preferida. Él afirma que se los regalan bebés y los cría hasta cierta edad, porque el  espacio de su casa no es suficiente para las necesidades de estos animales y hoy tiene “sólo” siete en su casa.
            El río le inspira y dice que su padre -quien lo perdió hace 8 años- se burlaba de él porque al llegar a Ciudad Bolívar salía  de paseo en las tardes a observarlo desde el malecón.
            En definitiva, sus recuerdos lo invitan a escudriñar y a conocer esa región que le dio color y vida a su voz.

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