jueves, 10 de mayo de 2012

De parranda con Mariita Ramírez



 Acá los relatos de una figura que lucha por preservar la cultura regional, cantando en Noche Buena su historia colmada de tradiciones locales

Ada Victoria Serrano

Ciudad Bolívar le sirve de inspiración para seguir su misión de consolidar las raíces culturales del guayanés a través de la Fundación Parapara. Utilizando su voz como instrumento, Mariita Ramírez,  una de las promotoras culturales más queridas de la región, narra sus vivencias con el color que le otorga diciembre, pues en este mes está de júbilo por llegar a sus 25 años de labor formativa.
Entre paredes pintadas de alegría, al son de los ritmos populares y con la melodía del cuatro y el tambor, la Fundación Parapara sirvió de escenario central para que la artista ilustrara su día a día, momentos que se han transformado en años de trabajo con los jóvenes bolivarenses.
Mariita inicia su relato comentando que viene de un hogar musical, porque su padre quien era zapatero mientras arreglaba el calzado cantaba y su madre cuando realizaba los oficios del hogar también lo hacía.
“Mi mamá me llevó de la mano por este mundo, porque en el hogar comienza la siembra buena para ser artista y para aquel que va a desarrollar su vocación, pero siempre con el equilibrio de los valores”, comenta evocando los dulces recuerdos de su infancia.
Quien diría que aquella niñita que iba a ver los ensayos musicales de la época, se convertiría en la protagonista de estas remembranzas. “Yo nací en un sitio bien prolijo de cosas buenas en cuanto al arte musical, me críe cerca de donde nació el juglar Don Alejandro Vargas, autor de Casta Paloma y La barca de oro, en el sector Centurión en un barrio obrero”.
De aquellos tiempos recuerda con regocijo la existencia de un grupo llamado “Las maracuchas”, zulianas muy queridas que encendían la parranda en la comunidad y a quienes agradece el conocer de cerca este género lleno de regodeo.
“Las maracuchas tocaban parrandas por todas las calles de la ciudad y yo iba a oírlas entre septiembre y octubre, meses en los cuales comenzaban las fiestas en Ciudad Bolívar a finales de los años cincuenta”, detalla María del Valle Ramírez, verdadero nombre de esta promotora cultural.
            Era la época de oro en cuanto a la música, pues durante ese período conoció a personajes que, según su parecer, fueron importantes para lo que es hoy.
Misión con recompensa
            Mariita es única hija entre siete hermanos varones, quienes también se desarrollaron dentro del ámbito artístico.
            Le gusta bailar joropo, guasa y al ritmo de Alejandro Vargas y rememora con deleite sus danzas de carnaval por las calles de Angostura cuando eran arenales. También aprendió a tocar tambor, maraca, percusión y cuatro, este último con gran destreza, pues afirma que sabe hasta Bossa nova y que si lo hubiese estudiado con dedicación fuera hoy la segunda Cheo Hurtado.
“Yo elegí, dado que mi disco duro se grabó de tantas cosas buenas, preservar todo lo que conjugaban las manifestaciones de mi Ciudad Bolívar, porque siempre me la han negreado. Ella tiene mucho y es una madre que lo da todo, pero nosotros sus hijos no hemos sido consecuentes. Ella es muy ponderada, pero poco amada. Somos dueños del río más grande de Venezuela, está a la punta de la nariz y no lo vemos”, comenta.
Asimismo, confiesa que una de las cosas  que la motivó a hacer su trabajo es que le decían que por estas tierras no había tradición y le hería profundamente su “guayanesidad”.
Comenzó cantando a muy temprana edad y a los siete años visitó varios  programas radiales de talentos en vivo, específicamente Radio Bolívar y Ecos del Orinoco, que eran las dos emisoras de la ciudad.
Le tocó cantar con arpa, cuatro y maraca la música de Venezuela, joropos, valses y pasajes, hasta que llegó ese mágico momento en el cual desarrollaría todo sus aprendizajes.
Con Alejandro Vargas le correspondió hacer un trabajo que le habían asignado musicalmente, y le tocó bailar danzas como El sapo, El pavo y otras guasas. Siendo su vecino, Alejandro, le pedía a Mariita que copiara, porque ese legado se iba a perder, ya que en ese tiempo no había grabador ni tampoco tecnología, sólo la memoria funcionaba.
Este juglar le llevaba un cuadernito y un lápiz, para que ella anotara todas las cosas que él componía, experiencias que, luego, llegarían a formar su misión de promoción.
Un juego, una idea
De esta manera, Ramírez con veteranía orfeónica, coralista, orquestal y con responsabilidades por casi 21 años en la directiva de la Casa de la Cultura de Ciudad Bolívar, asumió su vocación real, reuniendo a un grupo que hoy es reconocido por su gran compromiso popular.
“En un inicio esta idea iba enfocada hacia una agrupación exclusivamente de mujeres, y de un rosario de sustantivos nació el nombre de Parapara, un juego de tradición popular”, expone Mariita.
            El 9 de diciembre cumplió formalmente el primer cuarto de siglo trabajando por ese proceso de rescate cultural, pues ese día realizaron la primera presentación.
            Como grupo siempre ha sido autogestionante y en los espacios donde trabaja se imparten clases de cuatro, guitarra, percusión y hasta bajo, pero dentro de esa línea de defensa y preservación de la música de Guayana. En la fundación también se vende artesanía autóctona y en ocasiones instrumentos musicales.
            El sitio donde se encuentra ubicada la sede de Parapara -diagonal a la Plaza Bolívar de la capital regional- es un patrimonio de la historia, pues allí vivió el General Marcelino Torres García, presidente de estado de la región. Bajo el mandato de este personaje se construyó la calle de piedra y las escalinatas de Ciudad Bolívar.
            La Fundación Parapara tiene como proyecto de vida la preservación de los valores de identidad guayanesa con manifestaciones como la celebración de Los caballitos de San Juan. “Nosotros no hemos podido aún obtener todas las tradiciones que se exponen musicalmente en Ciudad Bolívar, por eso no podemos mudarnos a Perú o a China a ver qué es lo que hay por allá, pues preferimos ser investigadores en nuestra región”, comenta Mariita.
            En cuanto a los eventos más representativos que organiza la institución, su programación incluye una cita denominada Nos vemos en el Congreso, en donde se lleva a cabo un reencuentro de todas aquellas personas que han crecido en esta institución.
¡Viva la parranda!
            Aparte de hacer el pesebre en Navidad, los integrantes de la fundación dirigida por Ramírez salen a la calle con el denominado Semillero de Parapara.
            Los ensayos de los aguinaldos y las parrandas comienzan desde septiembre, para que tal día como hoy se den a conocer esas piezas inéditas o inclusive los villancicos tradicionales venezolanos, con el objetivo de que este legado quede en la memoria musical de los niños, adolescentes y adultos.
            “El bolivarense es parrandero por excelencia”, afirma Mariita. Su abuela paterna componía temas en este género y su casa era centro de acopio  de todos aquellos que les fascinaba este particular ritmo.
            Los parranderos de la época iban a determinados puntos de la ciudad con sus piezas de paquete, para que el grupo asistente escogiera cuál era la que más gustaba.
            “Las parrandas de Ciudad Bolívar le cantan al amor y la vida, a todo menos a San José, la Virgen, la mula y el buey, porque su temática es alegre, jovial y se da de una forma muy natural”.
            Entre las canciones de jolgorio que se encuentran en el repertorio de Mariita, esta alegre mujer recuerda una que realizó para las Siete de Guayana llamada “Las parranderas”, en la que cada verso describía al grupo. Los parranderos al momento de cantar iban improvisando las líneas con todo lo que veían y tenían doble guía, es decir, cuatro versos primero y cuatro versos después.       
             Este colorido relato sirve de herramienta para inspirar a más de uno el día de hoy y encender desde ya, la parranda de sus vidas. Recuerde que esto, según Mariita, no se aprende en la escuela, viene con el ser.

Melodía de una artista
- Fundación Parapara
“Amor”
- Cultura
“Mucho que trabajar”
- El maestro Vargas
“Un padre para todos los guayaneses, pues dejó una gran herencia musical”
- Una pasión
“El cuatro”
- Un temor
“Irme sin haber concluido lo que vine a hacer”
- Un vicio
“No fumo, no tomo. ¿Un vicio? Hablar demasiado”
- Un recuerdo que no borraría de su memoria
“Mi madre y padre”
- Un color que defina su vida
“El rojo, porque es amor y pasión”
- ¿Qué es lo más hermoso que tiene la vida?
“La música”
- ¿Dónde queda el paraíso para Mariita?
“En Ciudad Bolívar”
- ¿Cómo le gustaría morir?
“Habiendo concluido la misión que elegí hacer”
- Un lema
“La guayanesidad, la identidad y arraigo. Si un árbol no tiene raíces de donde sostenerse, cualquier ventolera se lo lleva”

Tradiciones de un pueblo
            Parapara es un juego popular guayanés que se realiza en la Plaza Bolívar de la capital del estado. Su nombre proviene de un árbol que da su fruto antes de Semana Santa. Éste viene recubierto por una membrana, que dicen que es venenosa, pero realmente contiene propiedades jabonosas, de hecho, de su concha se saca jabón y la gente del campo la utiliza para lavar su ropa.
            Dentro de ésta hay una semilla negra, que sirve para jugar Pare o none, haciendo preguntas y respuestas.
            Ramírez señala que el Parapara, al ser jugado por el niño que está en preescolar, le permite desarrollar la capacidad de socialización, además de acrecentar su destreza verbal y habilidad manual.
            Otro juego tradicional es La saranda, definido como un encuentro realizado con el trompo. Se llama así porque esta es una planta enredadera, familia de la auyama. Para jugar se hace un enfrentamiento entre el trompo y La saranda, macho y hembra, en el cual esta última, por ser como una calabaza, puede ser quebrada con facilidad por el trompo.
            La particularidad de esta recreación es que dentro de La saranda hay una miniaturita que se le denomina la Reinita, a la cual se le da un baño de manteca de cochino y la ponen a solear. Dentro de ésta se le coloca un papelito con peticiones y el que logre quebrar a la Reinita, tiene que costear la fiesta el domingo de resurrección como forma de pago.
Finalmente, están los Caballitos de San Juan, celebración llevada a cabo por los artesanos el día de este santo. La idea es visitar  a un Juan o Juana con los caballitos hechos con retazos de tela sujetados a un palo de escoba y se va cantando:

“Riqui..., riqui, riqui, ra,
caballitos de San Juan,
me llevas pa´ ca,
me llevas pa´ lla,
lindo caballito,
comienza a trotar,
y corre conmigo,
para visitar,
a todos los Juanes,
de mi gran ciudad”.

Al llegar a la puerta o a la ventana de la casa de la persona en cuestión, los que llevan este nombre agradecen la visita con caramelos o monedas.






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