jueves, 10 de mayo de 2012

Guayana campamento de razas


Ellos tuvieron visión de futuro dejando su destino en el suelo de una tierra noble que los cobijó.  Viajaron tras la búsqueda de encontrase a si mismos, hallando una familia y un hogar. Hoy, agradecen haber encontrado  una región que abrió sus brazos sin restricción alguna a sus anhelos y deseos de aventura o superación. Es por esta razón que aquellos conocidos inmigrantes de origen, son ahora guayaneses de corazón


 Ada Victoria Serrano
Fotografía: Luis Castillo


            En dos hemisferios cinco países apuntaron a uno, Venezuela. Viajeros oriundos de latitudes lejanas echaron la suerte en una maleta y sin ver atrás decidieron cambiar el rumbo de sus vidas, por ello dejan al descubierto el motivo que los trajo hasta la tierra que hoy les pertenece.
Echando una ojeada a través de los años se puede ver que la identidad guayanesa es espejo de un abanico multicultural que germinó en períodos claves de la historia venezolana.
Imagine por un momento qué habría pasado con determinados aspectos de la vida cotidiana de la cual hoy goza, si no hubiesen llegado esos primeros inmigrantes, los conquistadores españoles. ¿Se conocería lo autóctono de este país en el mundo? o por el contrario ¿sabría usted que en Florencia se hallan las huellas de personajes como Dante o Miguel Ángel, que la imagen del Tío Sam es usada en la recluta de jóvenes para el servicio militar en los Estados Unidos, que El Líbano está bordeado por el Mar Mediterráneo,  que el bossa nova es de origen brasileño o que en España hay idiomas co-oficiales como el gallego?
            Sin duda alguna el intercambio cultural ha representado uno de los legados más significativos en el crecimiento de la sociedad actual. Muchas vías fueron las utilizadas para materializarlo: el comercio, la religión, el lenguaje y hasta la propia gente. Tomando en consideración ésta última, los movimientos poblacionales dejaron ayer y marcan hoy la huella más intensa en cuanto a integración cultural se refiere, ésa que puede ser observada desde cualquier punto del globo terráqueo.

Un tropiezo con el destino
            La experiencia de los años se refleja en su mirada y el acento de la tierra florentina  lo deja en evidencia, divorciarse de Italia no resulta fácil y más aún cuando de platica se refiere.
Giampaolo Zanichelli -con un apellido que a muchos no le resulta familiar- es uno de los personajes que con casi cincuenta años en el país dejó atrás a su amada Florencia. Como señala él mismo, un lugar considerado “la cuna del arte” de la cual muy pocos emigran, pues tiene todo para ser feliz: turismo e industrias, historia y economía, la combinación perfecta, ¿no le parece?
No obstante, como el ser humano a veces piensa con el corazón, Zanichelli se enamoró y ése fue su motivo. A los veinte años llegó al continente, tras una novia que tenía tan sólo dieciséis.
“Amores de muchachos”, recuerda con sutil agrado, fueron esos los que lo empujaron hasta Venezuela.
Él tenía que prestar servicio militar por dos años y dijo a su familia que se iba justo por ese período. Sin poder enlazarse en matrimonio, porque eran muy jóvenes, este aventurero le echa la culpa al destino, ése que lo llevó al lugar de sus sueños.
No le hizo falta ganarse la lotería del destino con el número dos, porque fueros dos años por los que se vino y dos meses que transcurrieron antes de terminar con su llamado “motivo”. Veinte años, ¿y ahora?
En Caracas tenía un tío político y se fue con él a trabajar hasta Barquisimeto.
“Me adapté, al principio pensé en ahorrar para comprar el boleto de vuelta”, agregó. Pero luego de casi tres años cambió de parecer, pues se dejó flechar por las venezolanas.
 A los veinticinco años se casó, pero fueron sólo diez años de matrimonio.
Zanichelli afirma creer en el destino, pues si se pone a atar cabos, llegó en el año ´58 a Guayana de paseo, por la visita de unos primos de Italia quienes habían leído en la prensa que acá se conseguía el oro en la orilla del río.
No sería El Callao, sino la Paragua, donde se emprendió la travesía del tesoro. Recuerda que durmió a la orilla del río y que observó detenidamente el Centro Cívico y la calle de Castillito.
En Barquisimeto se ganaba la vida administrando una bomba de gasolina y luego compró un camión, ya que había  gran producción de caña de azúcar. Luego se puso a vender libros de puerta en puerta. Llegó a esta labor por un aviso que leyó y que decía “gánese 5 mil bolívares mensuales” que era “un dineral” en aquella época, comentó.
A los tres meses ya estaba de supervisor y luego lo nombraron gerente, para finalmente llegar a  los negocios de la lotería.
Una invitación a Guayana lo trajo de vuelta; la excusa, una inauguración de la lotería de animalitos de la época. Dos días que se transformaron en una semana y en un buen porcentaje, lo ataron al suelo guayanés.
            Después de seis meses buscó a su familia en Barquisimeto y se los trajo. Hoy ya tiene treinta y cuatro años en la región y cuatro hijos, quienes le han dado la dicha de disfrutar de sus tres nietos.
            El haber vendido la bicicleta con la que llegó por no conseguir licencia y placa en los tiempos de Pérez Jiménez, no le costó. Admite que tiene un peso en la consciencia por haber dejado diecisiete años sin ir a Italia. Confiesa extrañar de Florencia a su madre y hermanas, no obstante se nacionalizó venezolano cuando tenía 37 años y ya compró su tumba para que sus restos sean enterrados en el suelo guayanés.
Señaló que el italiano por venir de tan lejos y dejar a su familia para tratar de mejorar el estatus de vida, dando el todo por el todo, lo hace más responsable. Por esta razón es tan estricto y cumplido, pues es un reto consigo mismo. 
            Zanichelli aprendió de la forma de negociar del venezolano; se nutre de sus amistades criollas; practica muy poco el italiano; le gusta el clima cálido, el lau lau, el queso guayanés y la carota negra; lleva como obsequio a sus familiares ron Cacique y artesanías autóctonas; recomienda los Castillos de Guayana, Canaima y Ciudad Bolívar -por su historia- como sitios turísticos. Dijo que si le tocara emigrar a otras tierras volvería a Florencia, sin embargo dice que Guayana es un “todo, es una tierra del futuro”.

Un viaje, una misión
            Venezuela se tornó un sueño para este misionero. Nunca antes José Carlos Ferreira de Oliveira –tomando el sobrenombre de su padre, como es usual en Brasil- había escuchado el nombre del país, ni siquiera sabía en que parte del mapa se encontraba.
Al congregarse a una iglesia, José Carlos decidió entregar sus vacaciones para hacer una misión especial en Santa Cruz de la Sierra en Bolivia.
Con acento portugués, este pastor que labora actualmente en una iglesia cristiana, regresó a su país y manifestó el deseo de continuar sus misiones.
Con treinta y dos años, este brasileño nacido en Candeias,  una ciudad que está en la costa, cerca de la capital de Salvador, Brasil, siguió la encomienda -como él señala- del “Señor”, por intermedio de su pastor quien le dijo que no era Bolivia, sino Venezuela su destino.
 Sólo pasaron tres meses para arribar al país y hoy día casi completa una década de estadía en estas tierras.
Sin hablar español y sin conocer a nadie, comenzó su peregrinaje, dejando a su esposa e hijo en la ciudad de origen. Después de cuatro meses los buscó.
Su relato lleno de emoción lo llevó a recordar ese primer día cuando llegó aeropuerto de Ciudad Guayana, en donde se arrodilló y besó el suelo, diciendo “a partir de hoy esta es mi tierra, es mi nación y es mi gente”.
            Es así como decidió adoptar a Venezuela como su país y a los venezolanos como su familia. Nunca sufrió rechazo, ni rechazó y admite que una de las cosas que lo llevó a tener más éxito fue evitar hablar de Brasil y caer en comparaciones.
            Este brasileño afirma que Dios le ha permitido en su estadía ayudar a muchas personas, a construir familias, cooperar con los necesitados y es así como formó la “Fundación Leche y Miel”, obra social dirigida a los ancianos.
De igual forma, su inquietud no quedó allí, por ello comenzó a hacer programas en la radio y recuerda que la gente en un principio se burlaba de él y lo criticaba, porque casi no hablaba el español y tenía dificultades de palabra. “Salía más el portugués que el español”, añadió.
 Confiesa que el día más especial fue cuando recibió su ciudadanía, hace dos años atrás. Un recuerdo le invadió la memoria y fue el preciso momento cuando entonó el himno nacional que le pareció muy similar a un episodio de su infancia en el cual cantaba el de su país. Esto le llenó de lágrimas sus ojos.
            Admite que tuvo su cruz cuando Brasil jugó contra Venezuela en un encuentro futbolístico, pues no sabía a quien iba, pero en el fondo deseaba que la “Vinotinto” ganara.
            Para aprender el español este pastor se unió a los niños, ya que por su inocencia no lo criticaban. “La enseñanza fue muy dulce”, afirmó.
José Carlos no sufre extrañando a Brasil. Su aporte a la cultura venezolana se ha tornado hacia el desarrollo de la fe, por medio de programas que le han permitido asumir desafíos,  alegrías, rechazos y éxitos, con momentos de debilidades y otros de fortaleza.
Admira del guayanés la forma  de aceptar a los que han llegado a su suelo. “Es una ciudad donde no hay rechazo a los extranjeros”, agregó. 
Él ha tenido la oportunidad de viajar a muchos países como Israel, Egipto, México, Ecuador, República Dominicana, Italia, entre otros y uno de los obsequios que siempre lleva es la bandera de Venezuela. “Cuando dejo una bandera en una ciudad, sé que aquel lugar o país va a estar orando por nosotros”.
Condecorado como embajador de la paz para Venezuela en Israel, este pastor define a Guayana como un sueño realizado. La casa que Dios le ha hecho habitar. La tierra prometida. “Para mí, esta ciudad es un reino de paz”.
Sin abandonar la “fariña” de su menú, este brasileño se adaptó fácilmente a la gastronomía venezolana, pues en su país también son muy carnívoros. La sopa de mondongo es uno de sus platos favoritos. No obstante, le llamó la atención el aguacate, pues el venezolano lo come como una verdura en las ensaladas y el brasileño lo usa como fruta y se toma en jugo.
La aceptación que ha recibido como ciudadano venezolano, ha sido el mayor regalo que le ha dado esta tierra.
La vejez para este guayanés de corazón “es una dicha para aquellos que tienen la oportunidad de pasarla”, es por ello que afirma que no sólo pasaría la vejez acá, ya que si le tocara morir en esta tierra, sus huesos tienen que quedar en ella.

Simplemente una aventura
Ramiro García se declara un turista aventurero. Oriundo de Galicia, España llegó a Venezuela a pasar unas vacaciones que han durado veinticuatro años.   
 Se vino después de hacer el servicio militar a los veintidós años de edad. Arribó con la idea de conocer el país sin descartar la posibilidad de que si le gustase, se quedaría en éste.
Caracas, año ´82 y sin nada en el bolsillo, este fue el escenario en el cual se comenzó a escribir su historia. Ramiro durante esta época afirma haber trabajado duro, pues hacía jornadas simultáneas, trabajando día y noche. Manejaba un camión y cuando caía el sol era mesonero. Dormía alrededor de 4 horas durante casi seis años.
De breve hablar, este gallego describió esos primeros esfuerzos sin quitar atención alguna de su negocio.
El trabajo constante y responsable lo llevó a ser gerente de una tienda de ropa para el interior del país, cambiando su rumbo hasta San Felipe y luego  a Acarigua.
 Pero fue en el ´89 cuando decidió independizarse en el negocio de alimentos. Su motivo se inclinó hacia una propuesta de trabajo que le surgió en la misma empresa para la cual laboraba, ya que una tienda más grande abriría sus puertas en San Félix y la responsabilidad de ésta quedaría a su cargo.
Este español, se suma a la lista de europeos que se dejaron cautivar por la belleza venezolana, pues se casó con una caraqueña nacida en Petare con la cual tiene tres hijos.
“Aquí en Venezuela siempre hubo esperanzas y todavía las hay, pues trabajando honradamente uno puede vivir. Cualquiera que monte un negocio de perrocaliente, por su cuenta y bien administrado, puede ganar un sueldo mejor que el de un empleado. Yo me puse a vender alimentos y gracias a Dios me fue bien”, comentó Ramiro.
La amabilidad de la gente es uno de los aspectos que le gusta del país. Confiesa que los primeros años fueron difíciles, ya que extrañaba a su familia; sin embargo, fue a España después de veintiún años de estadía en Venezuela.
            Como obsequio le gusta llevar el chocolate a España; en cuanto a la gastronomía criolla su plato favorito es el pabellón y el lau lau; la Gran Sabana y las represas son sus sitios predilectos, señalando que si España tuviera la belleza y los ríos venezolanos fuera el país más rico del mundo; afirma que se siente turista en Galicia, pues acá tiene a su familia. En definitiva, piensa que si una persona se va de su país por veinte años, ya no es de allí.
            A este personaje lo delata su acento y el comer en demasía, pues los gallegos se caracterizan por esto, sobretodo por la debilidad hacia  los platillos grasosos.
Ramiro no ha renunciado al cocido gallego y a la paella valenciana, ni tampoco el reunirse con sus paisanos en la hermandad gallega. Ni hablar del fútbol pues “España es la mejor”, al igual que la costumbre de ver Televisora Española.
“No se me olvida Galicia, porque cuando voy habló más gallego que mis hermanos que están 50 kilómetros. Sin embargo, no tenemos la costumbre que tienen algunos de otras culturas que cuando quieren que no los entiendan, hablan en su idioma de origen”, señaló.
            Este residente pasaría su vejez en Guayana y si de emigrar se trata volvería a España.
Llegó con la idea de regresar, pero después de tener un vehículo y un apartamento cambió de parecer, quedando anclado por los años a Venezuela.
La vida económica, según su percepción, es más fácil en este país que en España para aquel que quiera trabajar y las mujeres son muy bonitas y parranderas, a diferencia de sus paisanas.
            Guayana para Ramiro es “una de las mejores ciudades que hoy en día tiene Venezuela y  no la cambiaría por otra. Me ha dado cosas muy buenas”.

Un trabajo para el mañana
            Hace dieciocho años atrás Haidar Cheaitou arribó a los suelos de Margarita. Solo y tras la búsqueda de trabajo y la voluntad de seguir adelante, este libanés emigró de su país con el firme propósito  de evitar la  guerra y los conflictos armados que existen en el medio oriente.
            La ayuda de un hermano sirvió de respiro para la llegada Haidar. Éste le sirvió de soporte durante sus inicios en el nuevo país sudamericano.
            Dos años en Margarita y diez en Maracaibo marcarían el preámbulo para su entrada a Guayana.
            Y es que el libanés viene con la meta de trabajar y preparar el futuro para estar en un mejor nivel, pensando siempre en regresar a su tierra, así lo afirmó.
            Haidar comenta que generalmente en El Líbano se tienen dos casas, una en el sur y otra en la capital, pues con el clima no siempre se puede trabajar todo el año en el pueblo y es por esta razón que se deben trasladar hasta la capital. En el período de vacaciones se vuelve al pueblo, donde la vida es más tranquila, cómoda y relajada.
            No obstante, cuando había guerra o desorden en El Líbano se iba a la capital y cuando hubo la guerra civil de la capital se tuvieron que trasladar al sur, “siempre ha sido un corre, corre”, añadió.
            Hoy con treinta y seis años y toda su familia en tierras venezolanas, Haidar comenta que su filosofía de vida se basa en estar siempre activo y productivo. “Si hay que trabajar las veinticuatro o doce horas hay que hacerlo, buscando las metas para el mañana”, agregó.
            En El Líbano su familia tenía abastos, mientras que acá Haidar tuvo que comenzar de cero en el negocio de la ropa. En Maracaibo cambió de ramo a la venta de electrodomésticos y siempre luchó por mejorar, ya que recuerda que llegó sin capital alguno.
            Se casó por primera vez con una venezolana, con quien tuvo cuatro hijos, no obstante  ahora está en compañía de una paisana árabe.
            La amistad y los amigos que ha hecho en su estadía, al igual que el estilo de vida del venezolano, son cosas que le gustan. En Maracaibo tuvo la oportunidad de trabajar con gente Guajira quienes le tendieron la mano en su crecimiento económico.
            Según su opinión, el venezolano vive el día para su vida, el momento sin pensar en el futuro, lo que le resulta distinto culturalmente, pues el libanés trabaja para guardar y ahorrar.
            Con respecto al aporte que siente que ha dado a Venezuela, señala que hay varias personas que han trabajado con él durante ocho años, quienes hoy día tienen su negocio propio. Han tomado la costumbre, la rutina de trabajo y el pensar para el futuro.
            Le gusta llevar como obsequio imágenes de Venezuela, para que vean que es una vida muy tranquila y distinta a la de El Líbano.
            Haidar señala que Guayana ha significado  “bastante” y que se siente contento de estar aquí. Recomienda visitar el parque La Llovizna y Cachamay, al igual que la Represa de Guri. En cuanto a  la gastronomía no ha tenido la oportunidad de disfrutarla por su religión, pues a los musulmanes no se les permite comer carne.
            Afirma que cuando adquirió su nacionalidad se sintió feliz, pues a partir de ese momento tendría más libertad, ya que con el pasaporte libanés se le hacia difícil salir a cualquier país latinoamericano.
            Al hablar de su vejez, se la imagina en su pueblo al sur de El Líbano, con la familia y tranquilo.
            No ha pensado en salir de Venezuela  y de irse a otro lugar escogería la Gran Sabana. Señala que la vida en su país es cara y por ejemplo su familia que está formada por once hermanos para mantenerlos hay que luchar bastante.
            Piensa que en El Líbano hay un noventa por ciento de emigración, pues no hay fuentes de trabajo, recursos naturales ni petróleo. Simplemente se valen de la siembra y el territorio es muy pequeño, más que la extensión del Lago de Maracaibo.

Un amor, una oportunidad
            Su matrimonio con un cubano en el año`69 marcaría un cambio radical en la vida de esta norteamericana. Para Mary Martha Pazos, el acompañar a su esposo a Venezuela se convirtió en la experiencia más hermosa de su vida.
El conseguir un trabajo en lo que antes se conocía como Sidor, fue lo que motivó a que esta pareja llegara a las tierras guayanesas.
 La idea era quedarse sólo cinco años y luego volver a los Estados Unidos y hoy casi cumple los treinta y siete años en la región, comenta sonriente.
Recién casados y con poco dinero decidieron venirse en un barco que hacía transporte de carga, pero que a su vez hacía el traslado a algunos pasajeros, pues ésta era la forma más económica de viajar.
            Con doce cajas de libros llegaron al puerto de la Guaira y luego por carretera arribaron a Guayana. Un representante de Sidor los guió hacia Los Peregrinos, en donde les tenía un apartamento para su uso. Sin luz, muebles y en condiciones poco deseables pasaron su primera noche.
            Luego Felipe -su esposo- le dio a escoger en dónde vivir, en Puerto Ordaz o en Mapanare. Y ella decidió que era mejor la segunda opción, pues estaría entre la misma gente de Sidor y así aprendería el idioma.
            Vivieron en Mapanare de dos a tres años y la casa era la última de una esquina que daba  frente al monte, recuerda que tenía el patio árido, sin gramas y con un cactus.
            Colocaron las cajas como mesas y después alguien les prestó un juego de jardín. Gracias a que su esposo trabajaba en Sidor, le fiaron una cama, una nevera y una cocina. Y así fueron aprendiendo y viviendo con lo poco que tenían.
            “Lo único difícil fue el clima, porque a mi gustaba muchísimo el frío. Me costó acostumbrarme a la ecología de sabana, me gustan los cerros y la vegetación muy tupida, pero en ese entonces sólo se veía el llano con esos matorrales, árboles torcidos y monte quemado”, comentó.
            Después de diez años fue a visitar a su familia a los Estados Unidos y cuando volvió, sintió que estaba llegando a casa.
            Extraña de su país la facilidad con la cual se hacían las diligencias; afirma que hay mucha gente que aún le pregunta por qué está entre “monte y culebra” si nació en Washington D.C., pero en definitiva ella  piensa que se comió la cabeza de la sapoara, pues ya se siente guayanesa.
            Mary señala que el mayor aprendizaje que ha adquirido en este lugar es que se pueden ensayar cosas nuevas, crear y poner en práctica las ideas propias. En los Estados Unidos ya todo está encaminado y las personas llevan un plan de vida que está por encima de la importancia de la gente. Aquí todavía se puede ver que lo humano es más importante que las cosas.
            Esta guayanesa de Norteamérica ha puesto en práctica su mística amando a la gente y a la vida. De niña quería ser profesora de inglés, sin embargo cuando estaba en el último año del bachillerato decidió inclinarse hacia la música, pues el idioma lo podía complementar sin profesor alguno. Alternó sus estudios con cursos de lenguajes, francés, interpretación oral, filosofía y hasta teología, pero su carrera básica fue la música.
            Cuando llegó a la zona dio clases de piano en el Centro de Educación Música Integral  (CEMI) e inglés en el Politécnico y hoy día en la UCAB.
            El chocolate, el café, la harina pan, las fotos, los libros de folclore y la música, son los mejores regalos de Venezuela que puede llevar a sus familiares norteamericanos. Su gusto por la gastronomía se inclina hacia la cachapa, el queso de mano y “el perico”. Si le tocara emigrar seleccionaría a Italia para vivir, pues quedó enamorada de la antigüedad y de las callecitas medievales en las cuales se siente el peso de los años, aunque reafirma que quisiera vivir donde la ponga Dios.
            Aunque no se ha nacionalizado venezolana, Mary se considera “ciudadana del mundo” y define a Guayana como una “tierra de esperanzas y del futuro. Es tierra donde la gente siente, ama, vive y respira cosas nuevas, oportunidades, cambios y progresos. Guayana, ¡es lo máximo!”.



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